Riverside Agency

Realizar una búsqueda avanzada +

Ingresar

¿Olvidó su contraseña? Haga click aquí

Estamos entre el modelo country y el modelo Puerto Madero

Periodista:
Horacio Bilbao
Publicada en:
Fecha de la publicación:
País de la publicación:
  • Descripción de la imagen 1

Tal vez haya que inventar ciudades y personajes para volver a discutir nuestros conflictos terrenales. Ficcionalizar realidades para poder verlas. Explicitar las fronteras para preguntarnos, para dejarnos interpelar por las desigualdades sociales y pensar qué podemos hacer para desnaturalizarlas. El muro (Edhasa), la última novela de la socióloga Maristella Svampa no da respuestas, pero sí invita a discutir el conformismo, el peso de la historia legada, a involucrarse aunque sea por inercia, como lo hacen sus personajes. Es la tercera novela de Svampa, más conocida por sus investigaciones sobre countries o movimientos sociales que por su vida literaria. "Yo empecé estudiando letras, arranqué con la ficción, después me fui a estudiar filosofía porque me sentía más cómoda con ese registro. Soy anfibia", aclara. No hay dos Svampa, sus temas son compatibles, sus novelas son de tipo social o político. Esa es la literatura que defiende. 

En El muro, el robo de dos pibes chorros en Villa Quimey, un pueblito de la Patagonia, luego un caso de gatillo fácil, hacen estallar la calma del lugar. En ese marco crece una historia de voces corales, un despertar de una sociedad ciega a sus conflictos más profundos, a sus divisiones. Las explícitas y las implícitas. ¿Qué pasa en un lugar donde de pronto las fronteras ya no intimidan?  "Me ganan las historias, la idea de construir personajes a partir de estas temáticas, que son duras, que tienen que ver con las urgencias que atraviesa una sociedad", dice la autora. Su nuevo libro es una metáfora sobre el presente ciego. "He tenido delante de los ojos algo que salta a la vista, y todavía no lo veo", escrbió J. M. Coetzee, que está citado en El muro. La autora le devuelve la vista y la voz a algunos de sus personajes, también rinde homenajes sutiles, como a la poeta Amelia Biagioni. Es un relato coral el del libro, con el desafío escuchar a los que no tienen voz. 

-¿Sentís que te encasillan, que nos será difícil hablar de literatura?
-Vienen a entrevistar a la socióloga que también escribe novelas. Me da pena. Tal vez debería haber escrito esta novela con seudónimo. La gente no se explica cómo una puede transitar diferentes registros. Hay mucho etiquetamiento en la Argentina.


-En esta novela los muros son tan visibles que no se ven, es todo explícito pero a la vez es metafórico, una metáfora de una exclusión que hemos dejado de ver hace tiempo…
-Los personajes todo el tiempo se preguntan sobre un muro que aparece naturalizado. En algunos hay un intento de desnaturalización. Y ese es uno de los grandes temas: cómo la exclusión aparece tan naturalizada. Pero apelé a la metáfora del muro porque justamente quería romper con el realismo para entrar por otra puerta. La metáfora del muro es muy verosímil en la Argentina contemporánea. Hay countries y organizaciones privadas, pero hay otros muros menos visibles y explícitos, es una metáfora de la sociedad.


-¿De una sociedad cómplice?
-Es una sociedad que se pregunta poco acerca de las desigualdades y las divisiones. Y hay diferentes registros, aparece lo étnico, hay silencios, obturaciones pero, efectivamente, hay una sociedad cómplice. Toda naturalización implica una sociedad cómplice.

-También hay conflictos históricos y étnicos en la en la novela. El origen de la inmigración europea, su cruce con los pueblos originarios...
-Yo escribo sobre la Patagonia, mi territorio literario. Las historias vienen de allí, un lugar que esconde secretos espantosos de la inmigración, el lugar en el que se cometió el genocidio contra los pueblos originarios, el lugar donde se los ha arrinconado. Mi intención era ilustrar con esos contrastes en los que la Patagonia es muy rica.

-En este relato coral, el otro lado del muro tiene menos voces. Pero está Orestes Locopan, el personaje mapuche...
-Para mí fue un gran desafío darle voz al otro lado del muro. Y Locopan apareció tan definido que casi no tuve que reflexionar, es el personaje que más quiero, porque es una voz de abajo. Fuera de los pibes chorros, es la única voz de abajo. Fue un gran desafío para mí. Los escritores venimos de las clases medias y nos cuesta mucho darle voz a las clases bajas. Tendemos a construir personajes similares a uno, muy endogámicos.

-Orestes es un personaje trágico, al que le cuesta construir solidaridades...
-De alguna manera es un perdedor, muy golpeado, pero yo rescataría un momento de gran tensión en la novela, el diálogo entre Orestes y los pibes chorros. Son dos visiones complentamente distintas. La de Orestes, aquél que, a pesar de todo, va a quedarse de ese lado de manera casi conservadora y la de los pibes, que están atravesados por una rebeldía destructiva.

-¿Por qué apostaste por el relato coral y no por un personaje que guíe la historia?
-Me interesaba construir un relato coral. Porque yo estoy en todos los personajes. No entiendo por qué molesta, ya me lo han dicho. No trabajo con un proyecto previo, sino con una situación o imagen. Me había conmovido un caso de gatillo fácil que ocurrió en Bariloche en 2010. Empecé a escribir sobre esto y necesité romper con el realismo, y apareció el muro, y estos personajes, pese a que el tema de gatillo facíl ronda todo el relato.

-La naturalización de los muros es el gran tema en la novela.
-Sí, los muros son uno de los grandes temas de las sociedades actuales, tienen que ver con los mecanismos de disciplinamiento, de control social. También con las desigualdades sociales, entre los países del norte y los del sur, al interior de nuestras propias sociedades. Implícitos o explícitos los muros están ahí. Y a mí me asombran algunos casos. Fijate el caso de Massa, vive en un country, es la síntesis del modelo country de país, donde la privatización, el concepto de seguridad, la división, la consolidación de una estructura de desigualdades, que no se cuestiona.

-Bueno, culturalmente, el modelo country se convirtió en una aspiración...
-Sí, es una aspiración, se consolidó una estructura de desigualdades que ya no se interroga. Hubo una interrogación entre el 99 y el 2003. Yo escribí libros y artículos sobre estos temas, y ahora publico esta novela, imaginate si la obsesión está. Recuerdo que en 2003, cuando estaba escribiendo el libro sobre piqueteros, ya había escrito Los que ganaron, empezaron a haber escenas de pánico en los countries. Tenían que ver con el miedo a la invasión, vienen los saqueadores, los piqueteros.

-El tornado que aparece en la novela...
-La metáfora del tornado, que a Claudia Piñeiro le gustó mucho. El tornado que viene y arrasa con todo. Me acuerdo que ese año, todos me preguntaban, indignados con ese tema. Todavía había una interrogación, un rechazo a ese estilo de vida que marcaba una fuerte segregación social y espacial. Y ahora, como vos decís, es un modelo al que aspiran artistas, periodistas, conservadores o progresistas. No importa el origen político ideológico, está naturalizado, y eso a mí me interroga.

-La sociedad ha dejado de preguntarse muchas cosas...
-Eso pasa desde hace tiempo en otros países latinoamericanos, las desigualdades sociales están naturalizadas. Se habla de la desigualdad sin escuchar a los sectores excluidos. Tuve muchos encontronazos por este tema. En 2002, en plena crisis nuestra, me invitaron a un coloquio en México sobre este tema, y muchos de los ponentes vivían en condominios. Y hablaban sobre este tema. Mi sorpresa los sorprendía a ellos. ¿Por qué habían elegido para vivir un lugar blindado? Se sentían muy mal acerca de esta interrogación. Y acá, esa situación de crisis sirvió para interrogarnos sobre la desigualdad, pero inmediatamente se corrió el velo.

-El problema es cómo reinstalar esas preguntas, esa autoconciencia.
-No necesitás muros para que existan esas divisiones sociales o étnicas. Los puentes que unen el conurbano con la ciudad de Buenos Aires, marcan de alguna manera esa división. El conurbano aparece como el símbolo de todos los males, que es donde además nacieron estos movimientos sociales disruptivos, por ejemplo los piqueteros. Tratar de construir historias sobre sobre las fronteras a mí me parece fundamental.

-¿Y la literatura es un camino para llegar a otro público que no accede a lo estrictamente académico?
-Mis libros tienen la intención de dirigirse a un público amplio, pero con la ficción yo aspiro a movilizar, dejar en el lector una serie de preguntas. Por eso tematizo con cuestiones que tienen que ver con la urgencia, con cuestiones que no aparecen a menudo en la literatura nacional al menos de este modo. Yo estoy lejos del mainstream. Quizás en las provincias se escriba de otra manera. Me siento identificada con la literatura que busca potenciar cuestiones que tienen que ver con la realidad política.

-Ahora, volviendo a la política, en una elección como la pasada vimos que la sociedad conurbana elige, vota, a un candidato country, y no lo digo por Massa, si no por gran parte de la clase política...
-Sí, claro, podemos hablar de Massa, Echegaray y muchos otros. En los countries, así como en Puerto Madero, vive una parte importante de la clase política argentina. Estamos entre el modelo country y el modelo Puerto Madero. El modelo country es hijo del menemismo, y el modelo Puerto Madero es hijo del costado oscuro del progresismo kirchnerista. Modelos de ciudad que apuestan a la cristalización de las desigualdades sociales, pero en el caso de Puerto Madero, recorrido por el espacio público, que causa esa sensación de apertura. Y el nombre de esas calles, todas luchadoras por los derechos humanos. Es una metáfora espantosa del progresismo Puerto Madero. Yo creo que hoy, los posibles ganadores de una elección en el 2015 están entre el modelo country y el modelo Puerto Madero. Y entre ellos hay bastantes pasarelas.