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El hombre que era un vestíbulo de hotel

Periodista:
Ignacio Echeverría
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Hay que ver lo talentoso que se puso Alessandro Baricco y cuánto me llega, justamente, esta clase de talento. Porque yo no me conmuevo a la bartola. El talento por azar, por ejemplo, no me mueve un pelo. A mí me cautiva el talento con premeditación y alevosía, el talento de quien te dice: “Voy a hacer esto así y asá y va a funcionar así y asá”, y va y lo hace y funciona. Y encima cuando la idea está en funcionamiento resulta superior a la suma de sus elementos.

Eso es “Tres veces al amanecer”.

“Tres veces al amanecer” (2013, Anagrama) es la prueba cabal de que Alessandro Baricco te lo dice y lo hace. Y lo hace con perfección inimaginable.

La génesis de este libro está en la novela “Mr. Gwyn” (Anagrama, 2012). Allí Baricco cuenta la historia de un escritor muy particular, el señor del título, que decide dejar la literatura y dedicarse a hacer retratos por encargo. Retratos escritos. Para eso monta toda una parafernalia estrambótica pero, como es un escritor famoso, de todos modos consigue sus clientes. Los retratos no son del estilo descriptivo. No cuentan que equis tiene el cabello castaño y la nariz respingada. No. Los retratos presentan relatos que reflejan a la persona del retratado. Esto, según dicen. Porque en la novela se habla de estos benditos retratos hechos sólo para los ojos de los retratados -así de secretos- pero los retratos, lo que se dice los retratos en sí, en “Mr. Gwyn” no aparecen.

Después, por ciertos motivos que me hicieron llorar mientras leía la novela y por otros que conoce sólo el protagonista, Mr. Gwyn desaparece sin dejar rastro. Aunque no. No es cierto. Sí deja ciertos rastros para que su asistente los descubra. Y Rebecca lo hace. Luego de una serie de consultas Rebecca termina por deducir vidas ocultas en la vida de su jefe. No diré más pero diré lo imprescindible: los retratos hechos por encargo son piezas clave para seguirle la pista.

Mr. GwynEsos retratos son preciosos, como joyas, y algunos personajes de la novela tienen el privilegio que a nosotros nos es negado: leerlos. “Qué fácil –pensaba yo durante el transcurso de “Mr. Gwyn”-, qué fácil es decir y sólo decir que el protagonista genera unos textos prácticamente mágicos. Este Baricco se está ahorrando un problemón: tener que escribir semejantes textos”.

Entonces Baricco va y lo hace. Publica un libro aparte: “Tres veces al amanecer”, que son tres historias con los mismos dos personajes que se encuentran, en cada una, por única vez, en distintos momentos de sus vidas. No en distintos momentos de la vida sino de sus vidas. En la primera historia ambos son jóvenes de unos 30 y 40, años más, años menos. En la segunda, él es un portero de noche de 66 y ella, una adolescente. En la tercera, ella es una policía a días de jubilarse y él, un niño de 12 años. Los personajes habitan un tiempo no lineal y lo que tiene que suceder entre ellos sucede a partir del vestíbulo de un hotel.

Eso afirmaba Mr. Gwyn: “En otra vida me gustaría ser un vestíbulo de hotel”.

Hasta aquí lo estructural, el esqueleto. La carne es todavía mejor. Inesperadamente mejor. Porque el libro –que es breve- enseguida da paso a un diálogo que resulta divertidamente banal, en el marco de una circunstancia algo extraña pero, sin embargo, no menos banal. Hasta el desenlace. El desenlace es de una contundencia humillante. Dentro de mi cabeza casi que escuché a Baricco diciéndome: “Así que no me tomabas en serio…”.

“Tres veces al amanecer” es, entonces, un autorretrato. Es también una pieza de literatura extraordinariamente bella, la prueba del talento de Mr. Gwyn y, por ende, de la maestría de Baricco.

No hace falta leer “Mr. Gwyn” para leer “Tres veces al amanecer” y viceversa. Pero en verdad sí hace falta. Porque en la vida no es bueno prescindir de la belleza.

Qué talento este Baricco, qué talento. © Miriam Molero, Línea Maginot