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Radiografía de una sociedad

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Desde su brillante irrupción en el mundo de la literatura con La hoguera de las vanidades (1987), el escritor estadounidense Tom Wolfe ha demostrado que su destreza a la hora de retratar situaciones cotidianas propias del absurdo social contemporáneo no sólo se limitaba al campo periodístico. Efectivamente, antes del debut literario, Wolfe incursionó de forma destacada en el periodismo, al que contribuyó con textos memorables como La izquierda exquisita (1970), crónica en la que se rinde cuenta de la velada que ofrecen el compositor Leonard Bernstein y su esposa para agasajar a las Panteras Negras y entender los motivos que ha llevado a este grupo armado a la radicalización. La lucida e irónica mirada del periodista logra retratar escenas hilarantes como aquélla en la que el matrimonio anfitrión, para evitar ofender al grupo guerrillero, decide reemplazar a los tradicionales criados negros por criados sudamericanos, para que éstos sean los encargados de repartir las bebidas y los canapés entre los invitados. Escenas como ésta dejan al descubierto una combinación de frivolidad y culpa de clase que caracteriza a la elite estadounidense, y que Tom Wolfe sabe explotar narrativamente.

 

En La hoguera de las vanidades -novela que, junto a la póstuma La conjura de los necios (1980) de John Kennedy Toole, constituye el caso más destacado de la literatura estadounidense de la década del ochenta Wolfe se sirve de la historia de la caída en desgracia de un yuppie (quien accidentalmente atropella a un joven negro en el Bronx) para trazar un cuadro general de la ciudad de Nueva York a finales del siglo XX. La novela se convirtió en un éxito pero, no obstante, en sus producciones posteriores Wolfe debió cargar sobre sí el hecho de que existiera entre la crítica un consenso acerca del decaimiento de su narrativa.

 

Por sus objetivos y por su concepción de la novela, se puede decir que la narrativa de Wolfe se enmarcaría dentro de una tradición del realismo estadounidense. A dicha tradición pertenecerían novelas que van desde Una tragedia americana (1925) de Theodore Dreiser a Libertad (2010) de Jonathan Franzen. Wolfe se inscribiría en dicha tradición a su manera, puesto que lejos se encuentra de la prolijidad decimonónica que caracteriza a Franzen, por ejemplo, y además es más flexible a la hora de tomarse algunas licencias. Pero, en definitiva, el hecho es que el mismo Wolfe parece asumirse como un cronista de su tiempo, motivo por el que intenta realizar una radiografía de la sociedad estadounidense.

 

Precisamente esto es lo que ocurre en su más reciente novela, Bloody Miami (Anagrama, 2013) cuyo título original es Back to Blood y fue publicada en 2012. Si en La hoguera de las vanidades Wolfe realizaba una radiografía de la ciudad de Nueva York a finales de la década del ochenta, en Bloody Miami el objeto de estudio es la ciudad de Miami a principios de la segunda década del siglo XXI. Un objeto interesante, desde el punto de vista antropológico, puesto que Miami es una ciudad en la que la mayor parte de la población se encuentra conformada por cubanos exiliados del régimen comunista, quienes, además, rápidamente han tomado el control político de la zona. Pero en la radiografía que traza Wolfe, Miami aparece representada como una ciudad en constante tensión social, debido a que si bien hay una predominancia de cubanos, también se encuentran presente las colectividades haitiana, afroamericana y los WASP, siglas del término White-Anglo-Saxon-Protestant: blanco- anglosajón- protestante; es decir, los descendientes de los primeros colonos europeos. A estas colectividades se les sumará, también, una pequeña comunidad de oligarcas rusos que serán de gran importancia para la resolución de la trama.

 

Como en La hoguera de las vanidades, la narración se encuentra compuesta por varias historias cuyo eje es una en particular. En Bloody Miami la historia principal es la de Nestor Camacho, joven policía hijo de cubanos que se ve enfrentado a su comunidad al detener a un compatriota exiliado. Esta historia se entrecruzará con la del periodista John Smith (semejante al Fallow que aparece en la primera novela de Wolfe), Magdalena, novia de Camacho y trepadora social, y Ghislaine Lantier, joven estudiante que acude por caridad a los barrios marginales.

 

Aunque con reparos (uno de los cuales es la extraña predilección de Wolfe por las onomatopeyas, las cuales son empleadas con abusiva recurrencia) la novela no deja de ser una lectura entretenida.