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Tom Wolfe vuelve a la sangre

Periodista:
Patricio Zunini
Publicada en:
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Hay una estafa, hay una mujer hermosa y trepadora, hay un asesinato, hay un periodista que investiga lo que no debe, hay un policía que cumple estrictamente con su trabajo y que, sin embargo, termina entregando el arma y la placa. Bloody Miami, la nueva novela de Tom Wolfe (autor de, entre otras, la archifamosa La hoguera de las vanidades) tiene todos los condimentos para ser una típica novela de género negro. Si no lo es, si la primera impresión es que uno no está leyendo una típica novela de género negro es por la desmesura del relato: 617 páginas en la traducción de Anagrama llenas de personajes, descripciones, microficciones, pequeños ensayos sobre política, economía y periodismo, ironías sobre el mundo del arte y la pornografía, una explosión de jergas, abuso de onomatopeyas, juegos de palabras. Un universo wolfiano que, me lamento por anticipado, va a perderse cuando lo adapte Hollywood —porque tarde o temprano van a hacer la película (un director posible sería Steven Soderberg, nunca Spike Lee; espero que por lo menos tengan el buen gusto de poner a Eva Mendes como Magdalena).

 

Podría decirse —bueno, lo dicen los personajes— que Tom Wolfe sitúa la acción fuera de los Estados Unidos: la novela pasa en Miami. Para acentuar esta condición de extranjería, ya al comienzo del libro, una joven cubana atractiva, elegante y rica sale de una Ferrari 403 y discute en español con la mujer del director del Miami Herald: no habla en inglés porque «¡mi malhablada puta gorda, ahora estamos en Mi-ah-mii! ¡Ahora tú estás en Mi-ah-mi!» Dice el narrador «Miami es la única ciudad de América, y quizá del mundo, donde una población llegada de otro país, con otra cultura y con otra lengua, se adueñó del territorio en sólo una generación, y lo demuestra en las urnas, y en el posterior ejercicio del poder».

 

En esa ciudad donde la población cubana es considerada blanca —salvo para los blancos, pero ellos son otra minoría—, donde la investigación periodística sobre un desfalco hecho por una asociación cubana anticastrista es considerada como alta traición (la investigación, no el desfalco), nuestro héroe Néstor Camacho, hijo de inmigrantes, trabaja como policía en la Guardia Costera. Néstor rescata a un hombre a punto de caer al vacío desde el mástil de un goleta. Lo sujeta con las piernas y desciende con él por un cable desde una altura de siete pisos. La televisión está ahí, los flashes de los fotógrafos están ahí, el público está ahí. Por esa hazaña física incomparable, Néstor debería haberse vuelto en un héroe mitológico, pero en cambio es un ángel caído: la muchedumbre que lo mira desde el puente, la familia que lo mira por tevé, los amigos, todos, todos, todos los cubanos se entiende, lo aborrecen. (Perversamente Wolfe hace que la gente lo abuchee y le grite “gusano”, que es como los cubanos de la isla se refieren a los cubanos de Miami). Para ellos, Néstor no rescató a un hombrecito sino que detuvo a un exiliado. Los cubanos tienen una estatuto migratorio privilegiado en Estados Unidos: alcanza con tocar el suelo —convertirse en un “pie seco”— para reclamar el asilo político. Como ese hombre seguía siendo un “pie mojado” —estaba a sólo 18 metros, «¡a sólo 18 metros de la libertad!»— su destino es volver deportado. El pobre Camacho no entiende que lo que menos importa es la Justicia.

 

Abandonado por su novia, despreciado por su familia, ignorado por sus amigos y vecinos, Néstor deja Hialeah —una ciudad de 220.000 habitantes en la que cerca de 200.000 son cubanos— y termina haciéndose amigo de un periodista estadounidense John Smith que le pide ayuda para desenmascarar la estafa que un acaudalado ruso cometió con el museo de arte de la ciudad. Aquí se desata la trama, por lo que me detengo.

 

No se entiende el por qué del título traducido Bloody Miami (además, es incomprensible que sea en inglés), tal vez para acentuar el género negro que el propio Wolfe se encarga de borronear. El título original es Back to blood una linda imagen para resumir la novela, el deseo de regresar a la sangre de los antepasados. Pero es un regreso imposible: da la impresión que en Miami nadie tiene pasado. Los cubanos inventan su linaje, los haitianos se hacen pasar por franceses, el dinero de los magnates rusos silencia los vínculos con la mafia, la comunidad afroamericana es tratada con deferencia por su poder de voto y los blancos pueden ser cuarta generación de wasp, pero a quién le importa. El equilibrio está siempre a punto de quebrarse. Apenas se encienda una mecha puede estallar el conflicto. Y Néstor Camacho y su amigo John Smith tienen la cajita de fósforos.

© Patricio Zunini, Eterna Cadencia