Riverside Agency

Realizar una búsqueda avanzada +

Ingresar

¿Olvidó su contraseña? Haga click aquí

Richard Ford, la vejez, el desastre y después

Periodista:
Publicada en:
Fecha de la publicación:
País de la publicación:
  • Descripción de la imagen 1

Hay días en los que Richard Ford se descubre riendo a carcajadas mientras escribe. Otros no puede reprimir el llanto. Todo a causa de Frank Bascombe, ese personaje políticamente incorrecto, tierno, cínico y entrañable que desde hace treinta años habita su mente y que surgió, a mediados de los años ochenta, en los primeros borradores de su novela El periodista deportivo . Ese debut fue la primera parte de una trilogía involuntaria compuesta además por las novelas El día de la independencia yAcción de gracias a las que se sumó, en estos días, Francamente, Frank , un bonus track que reúne cuatro historias independientes en las que vuelve como protagonista Frank Bascombe, ya jubilado como agente inmobiliario, en un país que intenta lidiar aún con las esquirlas del 11 de septiembre y las ruinas dejadas por el huracán Sandy, con esa inalterable cuota de acidez y ternura que lo constituye. Se dice que los personajes de ficción bien construidos se convierten en ejemplos de la condición humana. Frank Bascombe, desde luego, no es ejemplo de nada: todo lo contrario. Son imperdibles sus diálogos, donde se expone ese murmullo contenido de una sociedad en cuyo inconsciente se filtran tanto el miedo como el machismo y las diferencias raciales. No habría que confundirse: Frank Bascombe no es un disfraz de Richard Ford ni habla por él (“en realidad –suele explicar el autor– le hago decir de forma habitual cosas que no creo y que sé que son ridículas y groseras”). Tampoco es su hijo (de hecho a Ford no le gustan especialmente los niños) ni su álter ego (tampoco está muy seguro de lo que ese concepto pueda significar). A diferencia de lo que puede ocurrir con ciertos lectores, Ford considera que la “relación” que un escritor establece con sus personajes no se parece mucho a la relación que se tiene con una persona de verdad. Sin embargo acepta que tal vez Bascombe sea su amigo secreto, “pero sólo al modo en que los niños tienen amigos secretos, un modo que pone de manifiesto aquello por lo que se preocupan y temen, pero no necesariamente aquello que piensan y creen”.

–¿Recuerda el momento en el que Frank Bascombe se le reveló en su imaginación?
–Necesitaba escribir un libro que fuera mejor que los anteriores. Específicamente, necesitaba escribir un libro que aprovechara mi sentido del humor y pudiera conseguir que yo fuera un escritor más inteligente de lo que quizá soy –y sin dudas más inteligente de lo que había sido. Los libros que escribimos pueden hacernos más inteligentes de lo que somos en la vida cotidiana. Y me gustan las novelas que son inteligentes en la página. Tuve modelos para ese libro, y me basé en ellos para el estilo de “Frank”. Fueron las novelas The Moviegoer , de Walker Percy, Something Happened , de Joseph Heller y A Fan’s Note , de Fred Exley. Frank Bascombe proviene de esas lecturas y de mi interés por hacerme mejor escribiendo novelas. Esos tres libros eran brillantes y yo quería que El periodista deportivo fuera, justamente, una novela brillante.

Tenía alrededor de veintitrés años cuando este escritor, que emana confianza y habla de un modo sosegado, cortés y sureño, como alguna vez lo describió su amigo Raymond Carver al conocerlo, empezó a escribir seriamente. Antes de esa edad sus preocupaciones eran otras: quería ser abogado o gerente de hotel, como su abuelo, y durante la Guerra de Vietnam debía entrar en la armada. “Quería ser abogado del ejército, en realidad, pero eso no resultó, por varios motivos que no vienen al caso”, explica. “Así que para el tiempo en el que tuve veintitrés ya había intentado todo lo que quería hacer y pensaba que escribir no era algo importante, algo que pudiera darme un futuro. Pero entonces me di cuenta de que no tenía nada en qué pensar”, concluye. El novelista, sostiene Ford, genera visiones propias sobre las cosas, sobre la humanidad, sobre las mujeres, sobre las relaciones pero eso no es algo que preceda a la escritura sino que se genera en ella. “Es cuando se escribe que las cosas aparecen y la gente empieza a decir que uno tiene una visión, pero uno no sabía que la tenía hasta que la escribe –entiende–. Por eso vale la pena escribir, porque es bueno saber que uno tiene una visión propia del mundo.” Ford suele decir que tal vez haya gente que piensa la escritura como una forma de darle sentido a la vida que viven, pero eso no es un motivo suficiente para convertirse en escritor. Para él, la razón de convertirse en escritor es escribir algo para que otro lo lea, porque de lo contrario sería escribir para uno mismo. “Y eso es demasiado difícil, demasiado aburrido, una verdadera pérdida de tiempo. Para eso, mejor grabarlo en audio y después volverlo a escuchar.” De ese modo, casi diez años después de empezar a escribir seriamente, terminó su primera novela, Un trozo de mi corazón (1976) a la que le siguió cinco años después La última oportunidad(1981). Entonces entendió aquello de que necesitaba escribir algo brillante y para poder hacerlo debía exprimir todas sus posibilidades: desde el humor hasta el cinismo. Eso fueEl periodista deportivo , primera incursión en la ficción de Frank Bascombe, ese escritor en decadencia que prefiere dejar la literatura para dedicarse a escribir sobre deportes y sostiene cosas como esta: “Lo que todos queremos en realidad es llegar a ese punto en el que el pasado ya no nos diga nada acerca de nosotros mismos y podamos seguir adelante”. En ese momento, Ford no planeaba abrir líneas argumentales para continuar construyendo a Bascombe en otros libros. Nunca se le ocurrió esa posibilidad porque consideraba que no estaba capacitado para semejante proyecto. Luego de una serie de cuentos (como el impecable volumen Rock Springs ), a mediados de los noventa empezó a escribir una nueva novela, El día de la independencia , que al principio no tenía nada que ver con Bascombe y trataba sobre un hombre que, para reparar la maltrecha relación con su hijo, aprovecha un 4 de Julio y decide llevarlo al Salón de la Fama del Béisbol, una suerte de ritual entre padres e hijos en los Estados Unidos. Como reconoce Ford, fue una sorpresa darse cuenta de que todas las notas que había tomado para escribirla podían funcionar con el narrador de El periodista deportivo . Estaba el sentido del humor de Frank Bascombe y también sus preocupaciones y sus miserias. “Un día caí en la cuenta de que, en realidad, la voz de Frank (en concreto, la sintaxis, la elección de las palabras, las divertidas ironías, el sentido del bien y del mal, es decir, la base de su yo ficticio) no constituía ni una carga ni una amenaza: era un don.” Ese libro fue la consagración para Ford al ganar el Premio Pulitzer y el PEN/Faulkner. Al libro siguiente aceptó que su nuevo desafío sería cerrar esa trilogía involuntaria y emprendió lo que fue su proyecto más ambicioso: Acción de gracias (2006), una novela en la que Bascombe, abandonado por su mujer y con cáncer de próstata, pone en perspectiva todo su pasado mientras prepara esa metafórica cena que le da título al libro.

En ese arco temporal que atraviesan estas novelas, a partir de esos detalles mínimos de la vida cotidiana, a partir de la rutina y la decadencia y las paradojas de la intimidad, Ford consigue construir un universo tan común y a la vez tan extravagante como el de sus lectores. No fue fácil. Terminar esos libros significó para Ford un estrés colosal. “Cada novela era más extensa que la anterior, con cada vez más y más detalles que tener en cuenta y supervisar”, explicaba el autor. “Algunos personajes reaparecían en libros posteriores y por lo tanto no podían haber muerto antes. Otros debían haber nacido en los momentos precisos para que tuvieran la edad que necesitaba que tuvieran más adelante. Había que comprobar los nombres de las calles y los colores de pelo, los acontecimientos históricos tenían que ocurrir uno tras otro, los recuerdos tenían que estar intactos y disponibles. En otras palabras, tenía que parecer como si todo ese material conectado hubiera ocurrido de verdad. Sólo que no había ocurrido, salvo en la página escrita.” Fue una ingeniería literaria que reservó para Ford un pasaje sin escalas a las camas de la clínica Mayo, la misma a la que Bascombe quiere donar su cuerpo para investigación.

Diez años después de esa novela, Frank Bascombe está de vuelta, y esta vez atraviesa escenarios devastados por el Huracán Sandy (otra metáfora que parte de la furia de la naturaleza para hablar de la explosión provocada por la burbuja inmobiliaria que azotó también con su crisis económica a la realidad estadounidense). En Francamente, Frankhay personajes que reaparecen y escenas de una construcción notable. Una es la que Frank visita a su ex mujer, recién diagnosticada con Alzheimer y la describe: “Tiene la piel brillante pero veteada, los huesos de la cara más visibles, los glaciales ojos, claros y extrañamente luminosos, y la nariz, en tiempos tersa, más grande y afilada, como si se estuviera concentrando. Sus pechos parecen más menudos. Está, en realidad, más guapa de lo que la recuerdo, como si le sentara bien el hecho de tener una enfermedad degenerativa y mortal”. En esa descripción despiadada, en esa voracidad subyacente y en ese remate impiadoso se sintetizan, quizás, algunos de los rasgos particulares de Frank Bascombe.

–¿Por qué Frank Bascombe está de vuelta?
–No es precisamente un regreso de Frank. Digamos que el personaje emerge de nuevo. Frank es una pieza de artificio construida a partir del lenguaje, no una persona real. Los personajes ficticios no son personas, salvo a veces para algunos lectores que quieren que lo sean. Y no son personas para aquellos de nosotros que los inventamos. Son, más bien, retazos de lenguaje eminentemente mutables y ensamblados que reflejan detalles de la vida de un escritor, todo ello sometido a la voluntad a menudo caprichosa del escritor y luego trasladado a la página para otros. Bascombe no es nada más que eso. Y cuando “él” me resultó útil, como ocurrió aquí tuve que volver a imaginarlo. No parecía haber razones para que Frank pudiera narrar estas historias. Sin embargo pensé que podría hacer que conjugara tanto el humor como la gravedad para tratar temas como las consecuencias del Huracán Sandy.

–En la primera de las cuatro historias, hay un momento en el que coinciden dos acontecimientos que afectan profundamente a una sociedad: el huracán Sandy y el 11 de septiembre. ¿Cómo lo cambiaron a Frank Bascombe y a su propia escritura?
–No es posible para mí saber cómo lo cambiaron a Frank esos acontecimientos. Frank no es una constante sino un instrumento. Lo convierto en un personaje relevante para tratar los temas que a mí me interesan. Ahora bien, yo siempre pongo la mirada en acontecimientos relevantes para una sociedad, como pueden ser un huracán, un incendio forestal o un robo de banco. O en acontecimientos importantes para un ser humano como son un matrimonio en desintegración o un cambio en el curso de una vida.

–En estos relatos, Frank debe lidiar con el pasado: sea en la figura de los restos de una casa arrasada por el huracán como con su ex mujer enferma de Alzheimer. ¿Qué significan para usted estos restos del pasado?
–Se supone que el pasado es esa porción de la vida que ignoramos por nuestra propia cuenta y riesgo. Y en algún punto supongo que será así. Pero para un hombre nacido en Mississippi, el pasado es algo que debe ser superado y de lo que hay que escapar, porque de lo contrario tu vida se convertirá en la de un moribundo.

–¿Uno es consciente al crear un personaje que, para algunos lectores, se volverá inolvidable?
–No sé si hay una fórmula para eso. Hay fórmulas que uno puede buscar, supongo, y la mayoría aparecen en los libros que ya están escritos (como los que mencioné antes) pero que sólo pueden ayudarte hasta cierto punto. Intento que los personajes sean tan ricos como se pueda, que contengan los rasgos que yo creo que son interesantes. Su forma se adapta al material aleatorio que yo les adjudico. No sólo trato de que sean comprensibles en lo convencional sino también completamente impredecibles, como las personas que conocemos y nos resultan atractivas. Eso es todo lo que puedo pensar. En algún lado leí que el drama se vuelve interesante cuando el villano dice algo que es cierto. Eso me gusta.

–¿Hay algo que odie de Frank?
–Odiar, no odio nada de él. Lo que más me gusta de él es que puede ser a la vez divertido (hay momentos en los que me hace reír a carcajadas mientras escribo) y grave (también puede hacerme llorar). Si no me equivoco, esas son las dos caras del drama: una riéndose y otra llorando. Si puedes conseguir eso, entonces probablemente seas un escritor.

–Usted ha vivido en Arkansas, Nueva Orleans, California y Michigan, entre otros lugares, muy diferentes y también en diferentes momentos de la historia del mismo país. ¿Qué elementos de lo que podemos llamar “lo estadounidense” ha permanecido intacto a lo largo de los años y qué ha cambiado de verdad?
–No soy lo suficientemente inteligente para saber qué cambió. Esa es una tarea para los sociólogos. Lo que sí persiste y está intacto en Estados Unidos es esta noción descontrolada –y poco probable en todo sentido– de que el continente norteamericano (al menos, la parte de la que soy ciudadano) constituye un país. La mayor parte de estos espacios contienen varios países y, en la práctica, casi todos los Estados Unidos se comportan como si conformaran más de un país, además de que intentan desligarse de la responsabilidad que los une a la nación en su conjunto. Sin embargo, hay una cierta noción laxa de unidad. Eso me maravilla. No creo que sea una fortaleza de nuestro país; pero tal vez se ajusta al viejo adagio que reza “lo que no te mata, te fortalece”.

–Ha escrito libros que van desde historias familiares (Mi madre) hasta las enormes narrativas sociales o políticas de Estados Unidos (como la que conforman su trilogía). ¿Hay algún tema sobre el cual nunca se atrevió a escribir o cree que nunca encontrará la manera de narrarlo?
–Sólo hago lo que quiero hacer. Creo que ese proceso es lo que uno elige. Lo que siento que está fuera de mi alcance no me tienta. No he escrito, por ejemplo, sobre la Guerra de Vietnam, y no quiero hacerlo. No he escrito desde el punto de vista de una mujer, y no quiero hacerlo. Esa es, básicamente, mi fórmula en muchas de las cosas que hago: si no puedo hacer algo, probablemente sea porque no quiero hacerlo. Me gusta que sea así en vez de que sea al revés.

–Sus lectores reconocen un estilo Ford (en su tono, en sus obsesiones, en una particular mirada sobre el mundo). ¿Cómo hace, después de tantos libros, para no copiarse a sí mismo?
–Si eso es cierto –que puede haber un estilo Ford–, no soy consciente de su existencia. Tal vez esa sea la forma de hacerlo. Tienes que permanecer tan inconsciente de vos mismo como sea posible. No es fácil, ya que la escritura sale de uno. Pero no leer las críticas que se publican, no vivir en Nueva York y no relacionarse con otros escritores, tal vez pueda ayudar.