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Muertos que no tendrán sosiego

Periodista:
Philippe Béha
Publicada en:
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RICARDO BAIXERAS – El periódico

 

¿Cómo contarles que este libro es cegador? ¿Cómo decirles que el argentino Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) ha sido capaz de ganar el Premio Herralde de Novela con un relato que a ratos hiela la sonrisa y a ratos ensancha el alma? ¿Cómo explicar que otro de los méritos de Los living reside en que Caparrós habla de la vida y de la muerte una y otra vez, sin descanso, y lo hace cómicamente y con una voz prodigiosa, ese fraseo suyo inconfundible ya que le acerca a los grandes narradores que representan la oralidad para que los lectores pensemos que estamos ahí, cerquita, muy cerquita?

 

Decirles que el libro empieza siendo la autobiografía disparatada del protagonista, Nito, para convertirse en un pulso, cuerpo a cuerpo, entre los vivos y los muertos en los living de toda Argentina (nombre habitual para las salas de estar) no es, a seguro, suficiente. Quizá han de saber que la mitad del libro es la confesión desdramatizada de Nito y su formación. Han de saber que Nito tiene un don: «contarle a las personas historias de sus muertes». Que la muerte de su padre y de su abuelo se convierte en el acontecimiento que modifica su percepción del mundo. Que eso no le impide ser un niño y un adolescente preguntón que sabe que «los muertos –él lo sabe, cualquiera lo sabe– son los sujetos más increíblemente testarudos». Han de saber que Nito se da cuenta que necesita «un embalsamador, alguien que sepa convertir los muertos en remedos de vivos» porque «acá hay millones de ciudadanos esperando al que les ofrezca otra manera de estar muertos. Una manera seria, moderna y razonable de estar muertos. Una manera de estar en el futuro».

 

El lector sabe que es imposible. Sabe que los muertos no pueden estar por ahí embalsamados, en los living de las casas como una forma inmortal de vencer a la muerte, pero sigue leyendo porque la novela, hacia la mitad, ya le ha ganado. En una suerte de novela trágica y cómica a la vez, la voz de Nito ha convertido su relato increíble en algo plausible a fuerza de ir dibujando obsesivamente círculos concéntricos que se cierran al final en una única salmodia: «Tenemos que tener a nuestros muertos con nosotros, quedarnos muertos junto a nuestros vivos, ser la presencia de la ausencia en los livings de todas nuestras casas, ser los livings... Tener nuestros muertos en el living, como livings, es una forma de acostumbrarse, de ir entrando en la muerte sin terrores. Saber que muertos vamos a ser living es vencer a la muerte. Entonces, todo va a ser posible».

 

 

LA MEMORIA / Detrás de todo el libro hay una consigna: no olvidar a los muertos, que ya no tendrán sosiego. Poco importa ahora si el narrador está pensando en los desaparecidos por la dictadura argentina, de los que ya se ocupó en A quien corresponda, o de sus muertos más cercanos o de váyase a saber qué. Lo que sí importa, y mucho, es que para Caparrós «la memoria es una incertidumbre permanente» y en esa incertidumbre se sostiene todo el libro: ni maniqueísmos trasnochados ni inútiles peroratas sobre lo qué es y no es la vida de Nito y el relato inventado de tantas muertes que el Pastor le invita a imaginar para conseguir que los descarriados vuelvan al redil de la madre Iglesia.

 

VITALISTA Y ESTIMULANTE / Vean cómo se escribe sin aspavientos sobre el asunto en cuestión, cómo se narra sin afectación sobre muertos embalsamados, cómo se cuela en la lectura la duda. Lean a Caparrós en esta novela para descubrir a un escritor vitalista, enérgico y estimulante. Y no les extrañe si al cerrar la última página les asalta de súbito alguna imagen mortífera de un libro desolador y festivo a un tiempo.