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Un instrumento de indagación extrema

Periodista:
Carlos Schilling
Publicada en:
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La muerte del padre es el título que recibió en español la primera parte de un proyecto novelístico monumental del escritor noruego Karl Ove Knausgard. En su lengua original, la novela se titula Mi lucha, como la autobiografía de Adolf Hitler, y se compone de seis volúmenes de unas 500 páginas cada uno.


En los países nórdicos esta saga confesional obtuvo un éxito impresionante, con más de 450 mil ejemplares vendidos y traducciones a diversos idiomas. Un dato curioso es que los seis libros se publicaron en un período de tres años, desde 2009 a 2011, y fueron leídos con la misma devoción que generan las sucesivas entregas de una serie de TV exitosa.

 

Por razones culturales y económicas, es imposible que el fenómeno sea replicado en los países de habla hispana donde se distribuyen los libros de editorial Anagrama. De modo que el efecto adictivo que produce la descarnada sinceridad y el realismo minucioso de Knausgard tendrá que adaptarse a un ritmo mucho más lento de edición.

 

¿Qué es lo raro, lo extraño, lo excepcional de La muerte del padre? Su ambición de llegar al fondo de las cosas -la vida familiar, social y cultural- sin ceder un centímetro al pudor y sin reprimir ningún recuerdo y ninguna escena por más fuerte o traumática que sea.

 

No es que Knausgard sea un narrador obsceno como Charles Bukowski. Al contrario, su exhibicionismo se acerca más al de Marcel Proust, con quien fue comparado por muchos críticos y a quien rinde un homenaje explícito en la novela. Claro que la gran diferencia con el autor de En busca del tiempo perdido, aparte del estilo, es que Knausgard busca más la verdad que la felicidad en el pasado.
Hay algo irreductible entre él y el mundo, una opacidad o una incomodidad, que lo convierte en una especie de expulsado incluso de los lugares donde lo aceptan y encaja perfectamente. Está afuera y adentro al mismo tiempo, como un fantasma de sí mismo que lo asedia en todo momento. Knausgard parece afectado de hiperconciencia, como si sufriera los efectos tóxicos de pensar demasiado.

 

La novela, dividida en dos partes, va del pasado al presente y viceversa siguiendo las asociaciones de la memoria del narrador, aunque ambas secciones se anclan en dos escenas principales: una fiesta de fin de año y la muerte del padre de Karl Ove.
Nada de lo que sucede en la primera parte es extraño, aunque no deja de ser fascinante la inmersión en la cabeza de un adolescente nórdico que se siente intimidado por su padre y que trata de emular a su hermano mayor sin conseguirlo. En la segunda parte, en cambio, todo es absorbido por la muerte del padre, que en determinado momento de su vida se abandonó a la bebida y se encerró con su madre (la abuela de Karl Ove) hasta destruirse.

 

El hecho de que las cinco primeras páginas de la novela sean un ensayo sobre la muerte advierte que la materia que manipula Knausgard tiene componentes heterogéneos y no sorprenderá encontrar en el curso de las páginas breves tratados sobre distintos temas.

 

Sin embargo, tanto en la narración, como en la descripción y la reflexión, el escritor noruego muestra la sinceridad y la lucidez suficientes para borrar cualquier signo de pretenciosidad de su escritura, que en ninguna frase deja de ser un instrumento de indagación extrema.

 

© Carlos Schilling, La voz del interior