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“El frasquito” cumple 40 y sigue joven

Periodista:
Ezequiel Alemian
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Primero fueron mil ejemplares, editados por Alberto Noé el verano de 1973. Una nota de Osvaldo Soriano en La Opinión disparó las ventas y a las pocas semanas el libro estaba agotado. Era El frasquito, primer libro de Luis Gusmán, un texto de vanguardia que quebraba la legibilidad tradicional de la literatura apelando a una sintaxis en descomposición, a un vocabulario que se nutría de términos marginales, a un referente sexualizado y opaco. Junto con otros textos, como El fiord (1969), de Osvaldo Lamborghini, y Nanina (1968), de Germán García, El frasquito se oponía a una literatura más realista, que apelaba al mensaje social en una época de fuerte politización. Vendidas tres ediciones, el libro fue prohibido por la dictadura en 1977, y volvió a circular con la democracia. Sin haber perdido su carácter experimental, hoy El frasquito es algo muy parecido a un clásico. A cuatro décadas de la publicación, Luis Gusmán habla sobre el libro.

-¿Cómo fue el proceso por el cual llegás a escribir “El frasquito”?

–Cuando tenía 18 escribí mi primer cuento: “Los que nacieron muertos”. Se lo llevé al bibliotecario del club Racing y a mi profesor de literatura. Les pareció un texto que por su violencia sintáctica y su contenido contenía a un escritor. Como suele suceder, yo no sabía que sería el germen de El frasquito. Era en 1963. Pasaron muchos años para que pensara en escribir un libro. En el ‘69 conocí a Germán García y por él, a Osvaldo Lamborghini. Influenciado por el cortazarismo de la época, no el Cortázar de los cuentos, difícil de imitar, sino el lúdico, escribí un texto ingenioso a partir de un juego de la infancia: El cerebro mágico. Se lo leí a Osvaldo. Me dijo: “¿¡Esto escribiste!?” Lo rompí y escribí El frasquito. Si hubo una influencia fue Celestino antes del alba de Reynaldo Arenas. Gracias a El frasquito, que unos años circuló en fotocopias, conocí a Oscar Masotta, Ricardo Zelarayán, Enrique Pezzoni, Manuel Puig, Oscar Steimberg, Ricardo Piglia, que generosamente prologó la primera edición. Con el dinero de las primeras ediciones, el escritor Alberto Alba publicó la revista Literal y Sebregondi retrocede de Osvaldo.

El frasquito se prohibió junto con la historieta Killing, una fotonovela erótica en que casualmente hacían de personajes asesinos el poeta Raúl Santana y el mismo Alba. O sea, lo prohibieron como editor y como actor. También la revista Casos, que publicaba historias policiales. Había algo policial en esa secuencia.

–¿Podés pensar una relación entre tus libros y tu vida de entonces?

–Los primeros libros eran pequeños. Recuerdo que Manuel Puig recomendó El fiord y mi libro a una editorial italiana, pero objetaron que eran muy breves. Nos dijeron: “tienen que escribir libros más extensos”. No podíamos. ¿Si se podría pensar el pasaje de una vida más fragmentada a una vida más lineal? Es posible.

-¿Qué aspectos de la escritura de “El frasquito” creés que han sido incorporados, y cuáles que siguen siendo difíciles de asimilar?

–El aspecto inasimilable del libro está en su relación disolvente con el mundo y la religión de los padres. Pero no es ateo. Hay una violencia marcada en los verbos que nombran esa fantasmagoría sexual entre los de la familia: chupandomé, amandomé, comiendomé. Como dice Luis Chitarroni, en un prólogo a una edición de El frasquito: “ese pequeño idioma”. Es como si el libro, cada vez que se reedita, necesitara de un umbral, un prólogo, ya no como reconocimiento, o legitimación, sino por su fragilidad. Quizás por lo poco literario: “cualquier libro resulta más literario y elaborado que El frasquito, cualquier escritura resulta más avezada”, dice Chitarroni. Es cierto.

El frasquito es incorregible.