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Novela "incorregible": cuarenta años de "El frasquito", de Luis Gusmán

Periodista:
Carlos Roberto Morán
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En “El frasquito”, en efecto, no hay un núcleo, sino voces diversas y un constante desplazamiento de lo narrado. ”Es la presencia de la palabra la que permite la conformación del texto y no la existencia de una historia la que hace posible la narración”, señala Gisela García en un trabajo sobre esta ficción, la primera de Luis Gusmán y uno de sus trabajos capitales, sino el más importante de todos.

La breve novela fue una revelación y una revulsión en los conflictivos años ’70. No llegó para sumarse a la “denuncia” social ni a la discusión política y en cambio se ubicó en los márgenes, como en el mismo tiempo lo hicieron “Sebregondi retrocede”, de Osvaldo Lamborghini y “Nanina”, de Germán García. Eran textos que hablaban de sexo, de disconformidad, de cierta –o total- marginalidad. No por nada a los pocos años, con la dictadura militar, fueron prohibidos, retirados de circulación.

Ha pasado el tiempo, cuarenta años exactos desde la primera edición de “El frasquito”. Se trató de una edición minúscula, de casi nula riqueza gráfica, también disruptiva como el texto lo es, de Alberto Noé, responsable además de la publicación de “Sebregondi retrocede”. Pero felizmente el libro no pasó desapercibido debido, entre otros hechos, a que Osvaldo Soriano escribió un artículo ponderativo en “La Opinión”, de Jacobo Timerman (cronista y diario muy leídos en la época). Los mil ejemplares de la primera edición desaparecieron de las librerías prácticamente en un santiamén.

Desde entonces a hoy las costumbres han mutado significativamente y “El frasquito” puede ser leído, y considerado, sin anteojeras, ni condicionantes ideológicos. Así, se pueden advertir su “fiereza” (que sigue intacta), su riqueza expresiva, la audacia del joven Gusmán de la época (Respecto de Gusmán: una mala anotación en el Registro Civil trocó la z habitual del apellido por una s y, en la primera época del escritor, tampoco su apellido se escribía con acento).

Violenta, despiadadamente autobiográfica (aunque nunca terminan de aclararse los hechos), la edípica relación de un hijo con su madre, las obsesiones sexuales, la presencia de los cuerpos y del deseo, la ausencia de dinero, la religión (o, para mejor decir, las religiones), la muerte –especialmente la de un mellizo fallecido-, las teorías psicoanalíticas, todo expresado como si fueran obsesiones, como si fueran patologías, confluyen en “El frasquito”.

Edhasa ha vuelto a publicar la novela de Gusmán, en una edición homenaje, que reproduce en tapa lo que fue la primera edición de Noé, incorporando un prólogo de Luis Chitarroni y un texto del autor, de 1984, en el que recuerda un episodio que vivió en 1977, cuando trabajaba en una librería. En esa ocasión intentó regalar “El frasquito” a una conocida, pero una empleada municipal se lo impidió, reteniendo el ejemplar (que luego fue prohibido por decreto, a pesar de que estaba agotado) y calificando a su autor de “degenerado”.

Ezequiel Alemián en “Ñ”, de Clarín de Buenos Aires, en un reportaje que le hace a Gusmán con motivo de la reedición de la novela, expresa que se trata de “un texto de vanguardia que quebraba la legibilidad tradicional de la literatura, apelando a una sintaxis en descomposición, a un vocabulario que se nutría de términos marginales, a un referente sexualizado y opaco”. Todo lo cual es cierto, como también que, como señala el periodista, “’El frasquito’ es incorregible”.