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Un tango espiritista

Periodista:
Augusto Munaro
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“El frasquito”, primera novela de Luis Gusmán y con la que conmocionó la literatura argentina de los 70, cumple 40 años. Obra impar –por su mirada oblicua y transgresora de la realidad-, que continúa resistiendo el transcurso del tiempo como pocas. Conectada con cierta corriente marginal (el sainete, el gauchesco), la novela, profundamente disruptiva por su lenguaje crudo y feroz, definió la existencia de otros modos de hacer literatura: nuevos espacios para la experimentación y la reflexión; exponiendo los claros y oscuros del alma y trascendiendo por ello el corsé de las modas, condición ineludible de todo clásico literario.


Cuando el libro originariamente irrumpió en las librerías de Buenos Aires, el campo literario nacional yacía dividido en dos zonas. Por un lado, una línea más realista, de realismo social (Wernicke - Viñas - Walsh), con mensaje político y otra más lúdica, donde se podía ubicar al Cortázar de “Ultimo Round” y Néstor Sánchez.

El frasquito amerita, junto con el programa impartido por la revista de avant-garde Literal (Luis Gusmán - Osvaldo Lamborghini - Germán García), el haber quebrado ese binomio para vislumbrar otro territorio de maniobras más amplio, uno donde “la literatura es posible porque la realidad es imposible”. Desde entonces, y en cierta medida gracias a él, el panorama dio un giro sustancial, posibilitando la lectura de autores posteriores como Aira, Fogwill, Asís, Guebel, Bizzio, Strafacce, Fresán, Cucurto, entre muchos otros.

La merecida edición aniversario, a cargo del sello Edhasa, recupera la imagen de tapa que tuvo en 1973, e incorpora un prólogo que Luis Gusmán escribió en 1984. Muy admirada por Néstor Perlongher, Manuel Puig y Ricardo Zelarayán, “El frasquito” aún no ha perdido nada de su fuerza proteica y confirma ser uno de los textos más potentes y fascinantes que ha producido la literatura nacional de las últimas décadas. Una obra escrita en un lenguaje “mítico”.

Hoy, a cuatro décadas de su aparición, Gusmán reflexiona sobre el desafío de haber escrito el libro durante aquellos años convulsos. Los bemoles que debió afrontar hasta encontrar editor, así como también, tras su publicación, la sorpresiva repercusión. Un testimonio que ayudará, seguramente, a que nuevas generaciones descubran el trasfondo de uno de los momentos escriturarios de mayor lucidez de las letras argentinas.

-¿Cuál era su experiencia con la literatura previo a la aparición de su primer libro?
Tengo entendido que a comienzos de los 60, Ud. leía en la Biblioteca de Racing, a autores tan disímiles como Eduardo Mallea, Mujica Lainez, y a Felisberto Hernández. Hablo de los años 1960-61.

-Si es así. Leí mucha literatura argentina. El bibliotecario que era poeta, con criterio me opuso una escritura más depurada a ese estilo descarnado de mis primeros textos: “Los que nacieron muertos” fue, entonces no lo sabía, como la matriz de “El Frasquito”. Una especie de E. Castelnuovo y Bataille a los que entonces no había leído. Es cierto que eran autores disímiles pero era lo que yo necesitaba. Imagínese yo era puro Dostoievski y Arlt. 

-¿Hubo, por esos años iniciales, intentos de redactar una novela que precediera a “El frasquito”?

-Yo no sabía que iba a escribir “El Frasquito”. Sí escribí un engendro lúdico sobre El cerebro mágico, un juego de la infancia de preguntas y respuestas y se lo di a leer a Osvaldo Lamborghini quien me respondió: ¿Esto escribiste? Su comentario fue disuasivo. Entonces escribí la primera escena de “El frasquito” que creo que es la más escabrosa teniendo en cuenta que se trata de un hijo y de una madre y la de una tortuga que camina hacia la madre que está en malla tomando sol. La tortuga aparece como un animal lúbrico y las uñas pintadas de la madre son como el objeto hacia donde el hijo dirige la mirada.

-¿Podría comentar brevemente “Los que nacieron muertos”, me refiero al borrador de El Frasquito?

-Lo escribí a los dieciocho años. Lo primero que escribí. Creo que todo escritor tiene un mito fundador. Cuando murió mi abuelo, yo tenía 13 años, él era lector de novelas del oeste y de piratas, yo iba  siempre a canjearlas una vez leídas: dos por uno. Ese era el trueque.

-¿Allí se inició todo?

-Ahí me prometí escribir novelas. La trama era un poco macabra: se trataba de un hermanastro y un mellizo que se conocían de una manera insólita. Era demasiada coincidencia. Sin duda, había una urgencia por arreglárselas con las cosas de la vida que aparecen  a esa edad.

-En setiembre de 1970, Ud. termina de escribir “El Frasquito”. ¿Mientras redactaba la historia tenía como modelo lecturas o autores determinados?

-No modelos fijos. Sí móviles y ni siquiera sé si coincidieron temporalmente con la escritura. “Celestino antes” de Alba de Reinaldo Arenas, “Viva la muerte” de Fernando Arrabal. Y seguramente los escritores que leía en ese tiempo.

-¿Cuáles?

-Gombrowicz, Arlt, Felisberto,..

-¿Piensa que ha sido un libro muy ligado a su tiempo?

-No, es un libro cuyo lenguaje es mítico. A tal punto que me encontré con un libro de una americana que se llama “La cultura de la copia” que va desde la fotocopia a escáner y cuenta una historia parecida a la de “El frasquito”. Incluso, cita el libro de Michel Tournier “Los meteoros”, que cuenta la historia de dos gemelos que también se escribió en 1973.

-¿Cree que el contexto histórico haya “condicionado” su estilo?

-No hay influencia sobre el estilo. Es un estilo fragmentario porque entonces la vida era fragmentaria. Porque la escritura tenía esa duración y esa espacialidad con una sintaxis cortada y una ortografía alucinada. Era más en mi posición estética que me situaba en lo no realista, lo no lúdico, en una estética gombrociana de las partes de la subcultura de los desperdicios.

-Entiendo que antes de la aparición del libro, algunas personas lo habían leído. Pienso en Germán García, Osvaldo Lamborghini, Enrique Pezzoni, Manuel Puig, Josefina Ludmer, Nicolás Rosa… 

-Gracias al libro me hice amigo entrañable de Manuel, de Nicolás, de Oscar Masotta, también de Enrique Pezzoni. Es algo que le agradezco al libro. Lo mejor que me pasó.

-¿Recuerda algunos de sus comentarios críticos o sugerencias sobre el mismo?

-No hubo sugerencias porque el libro cuando circuló era ya un hecho. Sí estuvo la lectura inicial de Osvaldo, de Germán y de Ricardo Piglia.

-”El frasquito” tardó tres años hasta encontrar editor. En un principio había pensado en Juan Carlos Martini Real; ¿cuál fue su respuesta?

-Negativa. Nos encontramos en el café Paulista de Corrientes y Pueyrredón junto con Alberto Vanasco porque ellos dirigían la editorial Rayuela. Pero Vanasco me preguntó si conocía la psicología profunda, la manera elíptica, que tenía de llamar al psicoanálisis. Es decir, me aconsejaron que me analizara. Con los años con Juan Carlos establecimos una amistad y en gran parte el premio Boris Vian por “En el corazón de junio” se lo debo a él. Era un lindo premio porque el jurado eran otros escritores. Ya lo había recibido Juan Carlos, Saer, Piglia. Pero la anécdota refleja las dificultades para la publicación de “El frasquito”. Creo que todavía conserva esa fragilidad, como si siempre necesitara de un prólogo.

-¿Y Alberto Alba, su primer editor?, ¿recuerda cómo fue que aceptó la publicación en su sello Ediciones Noé?

-La memoria con el tiempo es dominada por esa forma de la represión llamada mito. Puede haber sido el poeta Raúl Santana, yo creo que fue Germán. Imagínese que el libro lo terminé en 1970 y recién se editó en 1973. Como le dije, lo querían publicar con un prólogo psiquiátrico de un psiquiatra que se llamaba Smith. Años después a un pesista que era el personaje de mi novela Tennessee lo llamé con ese apellido. Creo que lo aceptó porque hubo una circulación original de “El frasquito” con lectores como Masotta, Puig, E, Pezzoni, O. Steimberg, Zelarayán, además de los lectores que ya nombré.

-¿Fue decisión de Alba incorporar el prólogo de Ricardo Piglia?

-No sé. Fue una cosa amistosa. Supongo surgió de conversaciones en la librería donde nos veíamos diariamente. Se le pudo ocurrir a Germán García, al mismo Ricardo, a mí. Recuerdo la emoción cuando Ricardo me lo trajo a la librería, Se le había caído y como llovía estaba entre mojado y sucio. En fin, como “El frasquito”. Me hubiera gustado tanto conservar el original… Pero entonces vivíamos la diaria. Al día en todo sentido de la palabra. No había fotocopias.
Teníamos toda la vida por delante.

-El libro se publicó antes de las elecciones de 1973, más precisamente, en el mes de enero. Año que Ud. funda, un poco después, junto con García y Lamborghini la revista Literal.

-El frasquito fue como un regalo de Reyes. Como se vendieron varias ediciones, con ese dinero Alberto Alba editó “Literal” y “Sebregondi retrocede”, de Osvaldo Lamborghini. Los tres éramos una banda. Los tres chiflados siempre juntos, siempre con gags un poco a los golpes, un poco cómicamente serios. Cada uno a su manera y con su estilo nos estábamos haciendo escritores.

-Tuvo una tirada de mil ejemplares y al poco tiempo Osvaldo Soriano firmó una nota para “La Opinión”, lo que hizo agotar rápidamente la edición. El libro tuvo prensa, ¿verdad?

-Yo trabajaba como librero en Martín Fierro y de golpe del anonimato pasé a cierta circulación pública. El libro se transformó en best seller  y en motivo de discusión. Con lo cual, muchos clientes me pedían, cuando me reconocían como el que lo había escrito,  que les firmara un autógrafo. Fue un vértigo. La crítica periodística fue ambivalente. Norberto Soares desde Primera Plana muy elogiosa lo mismo que Di Paola desde Panorama y sobre todo Juan Jacobo Bajarlía desde el diario Clarín. Creo que hubo otros diarios que no lo comentaron, pero se armó un pequeño escándalo.

-A comienzos de 1977 la Secretaría de Comunicaciones prohibía la circulación del libro. Lo calificó de inmoral, por lo cual no podía ser exhibido sin correr el riesgo de ser retirado por la fuerza pública. ¿Cree que esa censura le haya dotado de cierta marginalidad prestigiosa que de otro modo , no hubiera alcanzado?

-Eso no sé, yo tenía miedo y por mi cuenta lo saqué de la circulación.

-¿Por qué?

-El libro ya era conocido. No como “Las tumbas”, de Enrique Medina, pero como dije causó impacto. La revista de derecha Cabildo fue muy dura en su crítica al borde de la injuria y el libro “El mito peronista” me acusó de guerrillero, homosexual y drogadicto junto a Severo Sarduy y Manuel Puig.

-En ocasión Ud. dijo que había escrito “El frasquito” con “un vocabulario franciscano, con una sintaxis absolutamente espiritista”. Una sintaxis discursiva, por cierto, que parece estar muy ligada a lo visual; a la imagen. ¿Corrigió mucho texto?

-No lo corregí nunca, salvo cuando lo escribí, pero como perdí el original no me acuerdo cuales fueron las correcciones.

-¿Cómo llegó a dar con la voz, la respiración del libro?

-El otro día un chico periodista de Télam me hizo un reportaje. Se llama Maurice, es venezolano y me hizo una pregunta que nunca me habían hecho ¿por qué esa urgencia en “El frasquito”? Y no se quedó ahí ¿por qué esa urgencia por ser escritor? Quizás de ese mundo cerrado asfixiante que domina el mundo de “El Frasquito” haya surgido esa urgencia. Pero también de la respiración de mi abuelo que sufría ataques de asma y siempre estaba a punto de quedarse sin aire. Una respiración entrecortada. Cerca del estertor. El estertor fue lo que más me impresionó cuando asistí a una corrida de toros. Ese sí  que  era el sonido de la agonía.

-Resulta ser un libro vanguardista y experimental si se lo compara, por ejemplo, con otros más realistas y argumentales como han sido “Villa”, o “El peletero”. ¿Qué importancia le otorgó a la trama en su primer libro?

-Ninguna. La trama me guió a mí porque la trama era la escritura. En ese sentido era un realismo fantástico, alucinado, no latinoamericano, si urbano, porteño, argentino. Era un mito. Y el mito es a veces tan pobre, tan monótono, Creo que la puntuación y la imaginación desbordante lograron no precisamente y por suerte, lo más lejano de un delicado equilibrio.

-¿No le da cierta inquietud que El frasquito pueda quedar en el centro de su obra?

-Sí. Por suerte “Villa” le hizo contrapeso. Hay escritores de una obra. Yo soy un escritor de libros. Y “El frasquito” tuvo mucho peso. Creo que la masturbación es un fantasma universal, un tema tabú y vergonzante y creo que “El frasquito” cuenta que ese es el mundo de cualquier humano demasiado humano. Y no sólo la masturbación del niño sino quizás la más culpable, la de los adultos y sobre todo la de los padres. Hay tópicos para los cuales la educación sexual resulta siempre un viático espiritual un poco pobre e inútil.

-Haciendo un balance retrospectivo, a 40 años de su primera edición. ¿Qué cosas más admira y cuales otras, acaso, mejoraría de “El frasquito”?

-“El frasquito” es inmejorable. Con lo bueno y con lo malo. Es un rezo. Se escribe de una sola sentada. Tiene eso que tiene el rezo una repetición fervorosa. Admiro la potencia de esa sintaxis violenta y violentada. Ese mundo de la infancia mezclado y atravesado por el mundo adulto: la curiosidad, el miedo, el descubrimiento, la sorpresa, lo siniestro, la humillación. Todo para decirlo con palabras de Zelarayán con ritmo de tango: dos por cuatro. Si usted quiere: un tango espiritista.

-Una curiosidad. ¿Ricardo Zelarayán alguna vez le hizo un comentario sobre el libro?

-Fue uno de los lectores del original antes de que se publicara. Sí. La puntuación de “El frasquito” era una respiración entrecortada. Creo que era uno de mis libros junto a “La música” de Frankie que más le gustaba.

¿Tal vez por la música?

-Acaso también por el registro oral que hay en el libro. Creo que deberían gustarle de verdad ya que nunca me acusó de porteño.