Riverside Agency

Realizar una búsqueda avanzada +

Ingresar

¿Olvidó su contraseña? Haga click aquí

Mirar y pensar la belleza

  • Autor: Cheng François , Antich I Valero Xavier
  • Editor: GG

Existe un hilo rojo, sutil, que vincula desde los antiguos bien y belleza.
O, si el bien parece una noción excesiva, incluso metafísica, podemos entender el bien en su dimensión humana, como bondad, y precisar el vínculo recordando que, desde tiempos remotos, belleza y bondad han vivido hermanadas, casi como inseparables. Así sucede, a pesar de la distancia geográfica, en dos culturas tan potentes y deslumbrantes como la griega y la china antiguas. En tiempos de Platón y Confucio, hace veinticinco siglos, la relación entre belleza y bondad expresaba una verdad profunda: que lo bueno es bello, y que lo bello, bueno. Esta verdad sugiere que la belleza no afecta solo al aspecto o la forma de las cosas, ya sean naturales o artísticas, proporcionando así en quienes las contemplan una sensación de agrado y placer, de bienestar emocional y de estímulo intelectual, sino que la belleza es también manifestación de la bondad, puesto que no puede reconocerse belleza allí donde hay maldad, inhumanidad o barbarie: la monstruosidad siempre ha aparecido como maligna. Y, de modo correlativo, esta verdad también sugiere que la bondad, como plenitud en la virtud y como estado de perfección en aquello que hace que una cosa o persona sea lo que es, es bella, puesto que, justamente por haber alcanzado ese estado, es deseable y deseada.
Nuestra presencia en el mundo puede parecernos banal o milagrosa, según la sensibilidad de cada uno. Pero todos admitimos que en ello hay un misterio. No estábamos ahí y, un buen día, descubrimos que estamos, durante un tiempo. Un vez inmersos en este mundo tal como se nos ofrece, dos fenómenos, entre otros, nos asombran especialmente, dos fenómenos extremos que constituyen, por así decirlo, misterios en el misterio, el del mal y el de la belleza.