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Franzen: el escritor de la clase media estadounidense, contra la “pureza”

Periodista:
Julieta Roffo
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Hace diez años, mientras trabajaba en su novela Libertad, Jonathan Franzen escribió quince páginas en las que describía a un matrimonio. Dice que eran “espeluznantes” y que entonces las guardó en un cajón convencido de que no volvería a esa escena. En 2010, la publicación de Libertad lo llevó a la tapa de la revista Time como “el gran novelista americano”, al popular club de lectura de Oprah Winfrey y le valió críticas favorables en todo el mundo. Entonces pensó: “Lo espeluznante puede funcionar”. Sacó las quince páginas del cajón y retomó la escena de ese matrimonio, una de las historias que atraviesan Pureza, su última novela, la que vino a presentar a Guadalajara y de la que, entre otras cosas, habló con Clarín en el hall del piso 17 del hotel Hilton de esta ciudad, convencido de que allí encontraría el silencio que se toma antes de respirar profundo y responder cada pregunta. Se sorprendió hasta el disgusto, entonces, cuando sonó el teléfono al lado suyo: “Hello”, dijo las tres veces, colgó y cerró los ojos para volver a concentrarse.

 

Pureza es la historia de Pip Tyler, que tiene una deuda de 130 mil dólares por sus estudios universitarios y una madre más bien depresiva que nunca le reveló quién es su padre y que borró todo rastro posible –hasta su propio nombre– para mantener el secreto. Es la historia de Andreas Wolf, un alemán del lado Este (y entonces socialista) de Berlín. De quien la Stasi –el órgano de inteligencia de su país– conoce algunos de secretos irreversibles y que construye, ya en nuestros días, un proyecto digital para revelar filtraciones gubernamentales a la manera de WikiLeaks. Es la historia –así empezó– del matrimonio entre Tom y Anabel, ya disuelto cuando la novela empieza pero todavía omnipresente en la vida de Tom, que como Andreas, se dedica a la investigación, pero a través del periodismo tradicional, el de tinta impresa. Pip –cuya madre le ha elegido el nombre Pureza, pero que como lo odia, guarda el documento en el fondo de la cartera para que sus amigos nunca se enteren– trabaja para el proyecto de Andreas en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, y también investiga junto a Tom. Pureza entremezcla todas estas historias, todos estos secretos y todas las luchas internas para revelarlos o mantenerlos en silencio.

 

Al contrario de Las correcciones y Libertad, en Pureza los Estados Unidos ya no son el escenario excluyente. Franzen dijo que es su novela “más internacional”. 

 

–¿Cuánto influyeron los años que pasó estudiando en Alemania a fines de los setenta y principios de los ochenta para narrar ese clima?

–En aquel momento, pasé un año en Berlín occidental y sólo un día en el lado oriental. Y aunque siempre quise escribir sobre las historias de Berlín del Este, no fue un buen tiempo para mí: sólo hice una amiga y es muy difícil escribir sobre un lugar si uno no conoció gente. Sí me enteré, en esos años, de la historia de un poeta cuya vida se arruina por escribir un poema que ofende al socialismo, algo que también pasa con Andreas, y que tal vez fue lo que mis padres creyeron: que yo estaba arruinando mi vida escribiendo una novela. Mucho tiempo después hice amigos en Alemania y entonces quise escribir sobre eso. A Bolivia fui tras la publicación de Libertad. Me sentí muy atraído por el país, que tiene muchos problemas pero que no da esa sensación que da Chile por ejemplo, de estar en manos de algunas pocas familias que tienen mucho dinero. Me resultó natural escribir sobre lugares que conocí y me gustaron tanto.

 

–En Pureza no hay en el centro una madre, un padre y algunos hijos como en sus dos obras anteriores. Sin embargo, tanto Pip como Andreas tienen vínculos muy conflictivos con sus madres. ¿Por qué cree que las relaciones familiares han ocupado tanto a los escritores?

–Creo que el tema es tan popular porque todos tenemos una madre, un padre y, sobre todo, porque no podés hacer nada respecto de quién es tu familia. Es una fuente de grandes conflictos para un individuo, especialmente en una sociedad de consumo, donde para muchas de tus decisiones, tenés opciones. Con la familia no hay nada que puedas hacer. Podés amar u odiar a tu hermano, pero va a seguir siendo tu hermano. Entonces creo que las situaciones en las que la gente se siente atrapada tienen un gran potencial dramático.

 

–Nombres como Pureza o Libertad pueden dar cuenta de que, a través de sus personajes, el autor va a manifestarse acerca de esos conceptos. ¿Surgieron antes de escribir las novelas?

–Sí. Casi todas mis novelas empiezan por el nombre. Es una gran ayuda tener la clave a partir de la cual voy a estar improvisando. Esa es la función que cumplieron estas palabras. La pureza es un concepto que no estoy seguro de que alguna vez me haya gustado. Está el Tea Party planteando su pureza ideológica, hay ahora un Estado Islámico que se pretende puro creciendo en el desierto de Siria y de Irak. Y no me gusta ninguno de esos movimientos. Creo que cuando la gente está tan asustada y dañada se siente atraída por concepciones del mundo absolutamente simplistas. Estos movimientos están simplificando sus respuestas de una manera cada vez más extrema.

 

–En una entrevista de 2013, aseguró que el autor y los personajes están unidos por una relación de amor. ¿Qué le pasa con ese vínculo cuando termina de escribir a los personajes?

–No creo que deje de amar a esos personajes, pero... (y aquí Franzen se toma el tiempo más largo de toda la entrevista). De alguna manera, las novelas son como historias de amor ideales. Casi todas las historias de amor terminan mal. Es casi imposible que alguien diga “esta es la última vez que nos vemos, fue muy divertido todo, ahora vamos a dejar de hablarnos para siempre pero nos vamos a sentir felices cada vez que pensemos en esto”. Creo que hay una rutina en la vida del novelista que tiene que ver con el romance: tenés un vínculo intenso con los personajes, pensás en ellos de día y de noche durante años, y el éxito de eso es terminar el libro. En ese punto, la puerta se cierra y es como la historia de amor ideal. El resultado de todo eso es nada menos que un libro, entonces no necesito seguir estando ahí.

 

Epocas en que la espada se impone a la pluma

 

Lo más importante de todo lo importante que ocurre en la Feria del Libro de Guadalajara, ocurre en el auditorio Juan Rulfo. También la presentación de Pureza, libro sobre el que Jonathan Franzen dialogó con el escritor mexicano Jorge Volpi el domingo a la noche, a sala llena y especialmente ante un público joven que lo había esperado en el stand de Salamandra para una concurrida firma de ejemplares.

 

Algunas horas antes, el escritor estadounidense había brindado una conferencia de prensa en la FIL, y consultado por el rol de la literatura en momentos en que la violencia recrudece en todo el mundo, dijo: “Cuando se rompe el tejido social, la espada se impone a la pluma. Francamente, creo que no hay mucho que la literatura pueda hacer. Primo Levi no escribió en Auschwitz, sólo una vez que el orden se había restaurado pudo usar sus herramientas literarias”. Y también habló sobre por qué su escritura apela constantemente a la ironía: “Creo que buena parte de la población de Estados Unidos tiene un buen poder de dominio de lo irónico. Vos te sentís un tipo bueno, tu familia parece una familia buena, tus amigos también. Pero a la vez, tu país está asesinando, está bombardeando a otros, está extrayendo recursos de otro. Estás un un país en el que están haciendo cosas que están muy mal, y casi lo único que podés hacer es ser irónico”.

 

Fue un domingo intenso para Franzen. Pero hubo recompensa: ayer se escapó a las afueras de Guadalajara para observar aves, una de sus grandes pasiones. La misma que lo hará viajar, en febrero, a Ushuaia, las Malvinas e incluso la Antártida. Nada de planes literarios para su primer paso por la Argentina, aunque le dijo a esta cronista: “Ya me han invitado a algunos festivales allí. Voy a ir, en algún momento voy a ir”.