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La actualidad, con el pulso de un clásico

Periodista:
Patricia Slukich
Publicada en:
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Es una novela, es ficción, es una historia ‘inventada’. Sí: todo eso es; pero “Pureza”, de Jonathan Franzen, es todavía más. Es que la prosa certera, minuciosa, del escritor hace pie tan fuertemente en la ‘sensación de realidad’, que su personaje principal nos parece el verosímil de la vecina que vimos, no hace mucho, y ahora es parte de las crónicas impensadas de la prensa local. Los aires de Tom Wolfe, y hasta de Balzac, son pasibles de respirarse en esta escritura fornida de Franzen.

Pip Tyler (Purity, el nombre que le da título a este esforzado tránsito), es una veinteañera en busca de una vida que sea más gratificante que la que lleva en su pueblo natal. Unida atávicamente a su madre, como hija única -y un conflicto de padre ausente en el medio-, y dejando pasar sus días en una empresa de marketing telefónico, la protagonista va encontrando, de una forma impensada, el modo de virar su historia personal hacia otros tonos.

En la novela de Franzen hay dos formas de sujetarse a la historia. Una de ellas captura la fascinación del lector por introducirse en el mundo interno de Pip, en la rara relación que establece con Andreas Wolf; una especie de Julian Assange -al que el personaje desprecia-, exiliado en Bolivia luego de algunos intentos de espionaje malogrados). También es tentador ver discurrir en la novela la forma en que este Wolf (hombre criado en la ex República Federal Alemana, con un pasado oscuro) se toma de Pip y ella de él, para reconfirmar sus mundos internos.

La otra forma de “leer” a “Pureza” es como radiografía epocal. Pues Franzen coloca tan bien en la trama los gestos de nuestro tiempo que Pip se nos antoja, por momentos, la Soledad Rosas de Martín Caparrós (en esa estupenda crónica biográfica que él escribe bajo el título “Amor y anarquía. La vida urgente de Soledad Rosas”).

Como la chica argentina, okupa en Italia y muerta sin sentido en el país europeo, esta Pip -también okupa, pero en Oakland- del autor estadounidense llega a un lugar impensado desde la inocencia que conserva por su crianza, sumada la necesidad adolescente de la rebelión.

Pero lo de Franzen no es una biografía de corte periodístico sino una novela, sólo que en ella el efecto de realidad se embebe en las aguas de los maestros más propensos al naturalismo (obsesivos por el detalle, que también desvelan a Franzen, y puede que a algunos lectores parezcan excesivos), para dejarnos la sensación de que lo que leemos “pasó”.

Las intrigas cibernéticas, un personaje como Wolf, uno como Purity y algunos otros que no adelantaremos -pero sí tienen incidencia fundamental en la trama- son altamente pregnantes para los que habitamos en este siglo XXI: el totalitarismo en diversas -y camaleónicas- formas, la solidaridad quebrada, los fundamentalismos imperando a su antojo en frentes tan diversos como el amor entre dos, la política o la religión a que se adscriba...

Algo está claro en este libro con atisbos de “gran novela americana”: la tesis de un mundo en el que Internet nos ha convertido en sus títeres, desechos y alimento es abrumadoramente precisa. Esta Pip, esta tierna Pip, tal vez sea un último reducto de la pureza que aún no hemos perdido.