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Secretos de Alcoba

Periodista:
Rogelio Demarchi
Publicada en:
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Desde que la Revolución Cubana se definió a favor del socialismo, la juventud latinoamericana encontró en ella algo más que un ejemplo a la hora de pensar si era posible que sus propios países vivieran un proceso semejante; encontró un lugar donde formarse política y militarmente. Pero ese proyecto educativo se abandonó muy rápido: en 1967, al morir el Che Guevara en su incursión boliviana, Cuba enterró los deseos de exportar la revolución a los países de la región y abandonó la "teoría del foquismo", que sostenía que la revolución podía prender en cualquier lugar donde hubiera un foco revolucionario que hiciera las veces de vanguardia.

Entre los argentinos que participaron de esa corta pero intensa experiencia, y que estuvieron a punto de sumarse a la columna guerrillera del Che en Bolivia, se puede mencionar a algunos fundadores de Montoneros, como Fernando Abal Medina, Carlos Gustavo Ramus y Emilio Maza, y a los padres de Laura Alcoba.

Si en La casa de los conejos, su primera novela, Alcoba narró su infancia y la militancia clandestina de sus padres, que estaban a cargo de la imprenta que producía Evita Montonera, órgano oficial del Partido Montonero, en Los pasajeros del Anna C. retrocede en el tiempo para narrar el origen de la militancia de sus padres, su viaje a Cuba, la instrucción política y militar que allí recibieron, y su propio nacimiento.

-Desde tu primera novela, escribís en francés para que la lengua sea una especie de filtro que te permite tomar distancia.
-Sí. El francés ya es, defini­tivamente, mi lengua de escritura. También siento que es algo así como la lengua en que compongo y me recompongo. El castellano no deja de ser el idioma en que aprendí a callarme, en que aprendí a tenerle miedo a la palabra, a hablar demasiado... Es como si formulase en francés toda una serie de experiencias o de temas que para mí estaban en castellano vin­culados a temas prohibidos. Mi infancia está marcada por un aprendizaje muy particular del silencio, es ante todo por eso, creo, que escribo en francés.

-Ahora, partís de lo personal para contar cosas que les pasaron a muchos otros. No fuiste la única niña involucrada en estas historias por la elección política de sus padres.
-Es verdad. El proyecto, por eso, no tiene que ver con la escritura autobiográfica. En todo caso, si bien puede existir esa dimensión, no se limita a ella. Es la historia de un momento, de una generación, la que estoy buscando a través de estas historias increíbles que tengo a mano. También se trata de la evocación de la juventud y de los ideales de la juventud en general, más allá de esos años sesenta y setenta, más allá de mis padres e incluso de la Argentina. No veo a Los pasajeros del Anna C. solamente como una novela sobre la militancia. Quise escribir sobre el deseo y la confrontación del ideal con la realidad. En el fondo, también es una novela de aprendizaje.

-Estás contando lo que no contaron tus padres. ¿Qué sentís frente a eso? Todo parece indicar que ellos te han adoptado como su voz, entonces responden tus preguntas y te aportan el material necesario para tu escritura.
-Quería sacar del silencio ese periodo tan silencioso aún. Hay gente que cree que se habló mucho de esa época, incluso "demasiado". Pero hay tantas cosas que quedan por decir. Para que naciera esta novela, fue fundamental el periodo previo a la escritura, el periodo de investigación. No se trató de una investigación propiamente histórica, pasé meses haciendo hablar a los demás, intercambiando mails con unos y otros. Tengo también muchas grabaciones de charlas, larguísimas. Me basé esencialmente en cuatro relatos de vida. No tenía ningún documento escrito, sólo las memorias de cuatro personas, mis padres y dos de sus compañeros de aquella época. Pero estas
memorias eran contradictorias, tenían sus lagunas.

Amor y revolución

-¿Por qué el título? Yo te hubiese sugerido lo que dice un personaje: "La revolución es un lagarto enfermo".
-Hubiese podido ser. Pero Los pasajeros del Anna C. tiene muchos sentidos en la novela, sentidos que se descubren al final. Es que también viaja a bordo del barco el fantasma
del Che. El barco es a la vez el principio y el fin de la novela, el principio y el fin de la aventura. En él se confunden los tiempos, el origen y el destino del viaje.

-¿Qué sentiste al descubrir que naciste en Cuba y que, por lo tanto, lo que dicen ciertos documentos y ciertos relatos familiares era mentira?
-Es algo que sabía desde hace mucho tiempo. De hecho, hay una muy breve alusión a Cuba en La casa de los conejos: la nena evoca en cierto momento un viaje a Cuba que sus padres hicieron tiempo atrás. Es ese viaje lo que se cuenta en Los pasajeros...

-Uno puede pensar que la escritura de estos libros tiene cierta facultad reconstituyente. Se pueden llenar los vacíos... Ahora, ¿sigue siendo así cuando descubrís que te han ocultado la verdad?
-Desde chica sabía que había nacido en Cuba, pero que ese hecho formaba parte de todo aquello que no podía decir. No es tanto la mentira como el silencio lo que dominó gran parte de mi vida. Formular, buscar, contar, hacer salir del silencio todo aquello es lo que quise hacer. Pero, sobre todo, dar a leer una historia que es sumamente novelesca; en cierto modo también hay algo allí de fuga amorosa. Para los personajes inspirados de mis padres, Soledad y Manuel, el amor y la revolución se confunden. Por eso es la historia de mis padres pero no sólo de mis padres.

Una generación lírica
Mientras los varones continúan su formación militar, Soledad, en una biblioteca de La Habana, descubre las novelas de Sten­dhal, cuya lectura representa "una especie de shock". No es una mención casual. La novela tiene como epígrafe una frase del primer capítulo de La cartuja de Parma (1839), de Stendhal, que habla de esas "nuevas costumbres" según las cuales "exponer la vida se volvió moda".

-Que la acción política, al fin y al cabo, sea elegida por moda no deja de ser una elección un tanto frívola.
-No lo diría de ese modo. Para mí es la historia de una generación lírica, de una generación que quiso embarcarse en una epopeya que la trascendía. Esa idea de que la vida individual no es nada al lado de la idea de la revolución. Hay una especie de furia fascinante y al mismo tiempo delirante. Vivimos una época mucho más individualista y "dar la vida por una idea" se nos aparece como una barbaridad. Es a la vez bello y una barbaridad. Por eso es fascinante. Sin dejar de tener algo inquietante, terrorífico también. Porque es complejo. Para mí la novela es el género por excelencia que permite decir la complejidad, abrir puertas, hacer preguntas sin cerrar el significado, dejándole un espacio considerable al lector y a lo que la ficción despierta en él.

-Para Balzac, "La cartuja..." es la obra maestra de la literatura idealista; y para Georg Lukács, Stendhal expresa la posición romántica frente a las grandes pasiones sociales y políticas. Me preguntaba si estas dos opiniones no han guiado tu escritura.
-Sí, claro. En la dedicatoria, también hay una alusión a Balzac: "a la fe robada, a las ilusiones perdidas", que es una referencia directa a una de sus más famosas novelas (Las ilusiones perdidas). Pero es el personaje central de La cartuja de Parma, Fabricio del Dongo, el que guió mi escritura. Con toda la distancia con que lo trata Stendhal, con toda la ironía de Stendhal, Fabricio encarna por excelencia el idealismo de la juventud. La ingenuidad y la entereza o la intransigencia, según se mire. La aventura guevarista es una forma de réplica de la posición de ese personaje de Stendhal ante el mundo, de la búsqueda, a toda costa, de un sen­tido que supere la vivencia personal, del deseo de darle al destino individual un sentido colectivo.

Los pasajeros del Anna C.
Laura Alcoba
Edhasa, 2012
288 páginas
$ 85

Perfil. Laura Alcoba vive en Francia desde los 10 años, cuando logró salir del país junto a su madre. Allí estudió Letras, se especializó en el Siglo de Oro español, e inició su carrera literaria con La casa de los conejos, publicada en 2007 por Gallimard y luego por Edhasa, en castellano. Después publicó Jardín blanco. Los pasajeros del Anna C. es su tercera novela. Ha sido traducida al alemán, al inglés, al italiano, y al español.