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La neblina del incierto territorio del recuerdo

Periodista:
Ivana Romero
Publicada en:
Fecha de la publicación:
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Lo que acabas recordando no es lo mismo que lo que has presenciado", advierte Julian Barnes al comienzo de El sentido de un final. En esa frase está cifrada la esencia de las páginas siguientes. Tony Webster –haciendo una tranquila vida de separado, con su ex convertida en una suerte de amiga (los bordes de esos vínculos suelen ser vidriosos), con la hija de ambos convertida en madre– recibe una carta de un abogado. Así se entera de que la madre de Veronica, una novia de juventud, le dejó 500 libras y un diario. Es raro: a la mujer la vio sólo una vez, de visita en su casa de Kent, con Veronica distante de repente y un padre alcohólico, cuya sordidez el protagonista entenderá mucho después. Además, al poco tiempo, Veronica se fue con su mejor amigo, Adrian. Adrian se suicidó a los 20 años. Su diario es la prenda que Veronica, ahora, no quiere soltar.

 

El tiempo hace que las cosas luzcan un poco desenfocadas. Recordando un diálogo donde Adrian desafió a su profesor de Historia, Webster se pregunta "¿Fue este el diálogo textual? Casi con seguridad, no. No obstante, es el mejor recuerdo que tengo del mismo." Esta novela, entonces, discurre en el espacio entre lo que se recuerda y lo que realmente pasó. Pero también admite que la palabra es una herramienta capaz de darle a los recuerdos una inexactitud que, a su modo, puede ser reveladora. Por eso, lo que empieza siendo un relato de iniciación deviene en reflexión aguda sobre el fin de los ciclos, sobre el lapso que va desde el día que eras adolescente y escuchabas "Time is on my side" de los Rolling Stones en tu habitación de estudiante en Bristol hasta la vez que la canción te sorprendió de adulto, como si fuera un reproche. "En aquel tiempo recordabas la integridad de tu corta existencia. Más tarde, la memoria se convierte en un ovillo de hebras y remiendos", opina Webster, que a veces ve el suicidio su amigo –el que había llegado a Cambridge– como una idiotez y otras, como la epifanía de un chico que siempre fue más lúcido que el resto.

 

Entre esos pliegues se va perfilando también Veronica, primero una adolescente graciosa (nada haría sospechar que fue víctima de abuso sexual como miles de niñas de clase media), y después una adulta sombría que por fin revela –como puede– otros secretos que no dejan bien parada a esa familia del chalecito de Kent.

 

"No quiero que mis personajes queden atados a las páginas, como decía Nabokov. Está bien que adquieran vida propia pero prefiero que hagan lo que les propongo", comentó Barnes a raíz de esta novela –ganadora del Premio Man Booker en 2011– donde conduce a sus protagonistas con delicadeza, para que lo inevitable duela menos. 

 

© Ivana Romero, Tiempo Argentino