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Todo sobre mi madre

Periodista:
Patricio Zunini
Publicada en:
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Todas las familias felices se parecen unas a otras.
León Tolstoi, Anna Karenina

La primera novela de Delphine de Vigan, Jours sans faim (Días sin hambre, 2001), narra la historia de una chica anoréxica. Publicada con el seudónimo Lou Delvig es, sin embargo, autobiográfica. Diez años y seis libros después, De Vigan revive aquella época en Nada se opone a la noche:

 

La anorexia no se resume en la voluntad que tienen ciertas jóvenes a parecerse a las modelos, ciertamente cada día más delgadas, que llenan las páginas de la revistas femeninas. El ayuno es una droga poderosa y barata, a menudo se olvida mencionarlo. El estado de desnutrición anestesia el dolor, las emociones, los sentimientos, y funciona, en un primer momento, como una protección.

 

Palabra clave: protección. ¿De qué necesitaba protegerse?

 

Nada se opone a la noche comienza con una muerte. De Vigan, luego de varios días de no conseguir dar con la madre, la va a buscar a la casa y la encuentra azul, pálida, grisácea. Aunque la situación está clara, necesita unos segundos para comprender: la madre se suicidó. El hecho la deja en un estado de atontamiento durante semanas, hasta que una idea se le comienza a presentar con recurrencia. Una idea que intenta evitar.

 

Ya no recuerdo cuándo surgió la idea de escribir sobre mi madre,en torno a ella, o a partir de ella, sé cuánto rechacé esa idea, la mantuve a distancia, el mayor tiempo posible, esgrimiendo la lista de los innombrables autores que habían escrito sobre la suya, desde los más antiguos hasta los más recientes, para demostrarme de qué manera ese terreno había sido pisoteado y el tema degradado.

 

Nada se opone a la noche (que aunque tenga una ligera resonancia con Céline es un verso de la canción “Osez Joséphine”) no es un libro único. Sin ir más lejos, Anagrama, la misma editorial que publica a De Vigan en español, lanzó pocos meses antes Tiempo de vida, donde Marcos Giralt Torrente recuerda a su padre con mecanismos similares a la francesa. («Me gusta definirla —nos decía Giralt sobre su novela— como una ficción sin invención y, más allá del hecho autobiográfico y que esté organizada conforme a la edad de los sucesos, está narrada con armas de escritor, con un conocimiento previo de la novela y con un afán de estar escribiendo una narración que es real pero es novelesca»).

 

Nada se opone a la noche no es un libro único, pero sí uno singular. Muy singular. Es singular por el procedimiento: a diferencia aquellos como Giralt que avanzan a partir de recuerdos propios, De Vigan decidió forzar una mirada descentrada a partir de realizar entrevistas a familiares y amigos, bucear en centenares de fotos, revisar filmaciones en súper ocho, leer los diarios de la madre, y hasta conseguir (¿robar?) los viejos cassettes donde el abuelo George contaba los primeros años de la familia. Pero Nada se opone a la noche es singular, sobre todo, porque Lucile Poirier, la madre de De Vigan, fue, a todas luces, una mujer singular.

 

Lucile, una de las hijas mayores de una numerosa familia burguesa. Lucile, nena hermosa que trabaja como modelo de ropa para chicos. Lucile, una nena que ve morir a su hermano al caer en un pozo séptico. Lucile, todavía nena, pocas semanas después de la tragedia queda a cargo de los hermanitos porque los padres deciden tomarse unas vacaciones en Londres. Lucile, una adolescente bellísima que vive una situación confusa en la que no queda claro si su padre quiso o no violarla. Lucile, una mujer joven y hermosa que queda embarazada de un novio eventual. Lucile, una divorciada que pasa las noches fumando y drogándose en lugar de criar a sus hijas. Lucile, una madre que sufre un brote psicótico y cree poseer el don de adivinación. Lucile, una mujer que llega a casa con el ojo en compota y dice que Lacan le pegó. Lucile, una mujer que se rehace y trabaja como asistente social con una labor destacadísima. Lucile, una abuela que se suicida tal vez cumpliendo un pacto hecho en la adolescencia.

 

El texto brutal, descarnado, hace mella —cómo podría ser de otra manera— en la autora. Es frecuente que De Vigan se muestre indecisa, vacilante y hasta incómoda con la manera en que decidió contar ciertos hechos. No oculta la ansiedad que le provoca escribir. Se agita, tiene pesadillas, se vuelve obsesiva, pero persiste y continúa adelante: el resultado incluirá estos vagabundeos narrativos, pero será «ese impulso titubeante e inacabado de mí hacia ella».

 

La indagación sobre la madre tiene como contrapartida la toma gradual de conocimiento de la responsabilidad de la maternidad.

En el fondo ignoro cuál es el sentido de esta búsqueda (…) Ignoro a qué se debe. Pero cuanto más avanzo, más tengo la íntima convicción de que tenía que hacerlo, no para rehabilitar, honrar, probar, restablecer, revelar o reponer lo que sea, sólo para acercarme. Tanto por mí misma como por mis hijos —sobre los que se abate, a mi pesar, el eco de mis miedos y los remordimientos— quería volver al origen de las cosas.

 

Nada se opone a la noche es una búsqueda en dos sentidos: es una búsqueda más completa. Más verdadera, si se puede decir así. (Palabras como “verdadera” o “real” siempre resultan problemáticas). Es una búsqueda que interpela. En el fondo, qué buscamos entre las miserias de los otros: nuestras propias miserias, las cenizas que quedaron de la relación con los padres, las fricciones que se pueden provocar con los hijos.

 

© Patricio Zunini, Eterna Cadencia