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Narrar la muerte para entender qué es la realidad

Periodista:
Astrid Riehn
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"Mi madre estaba azul, de un azul pálido mezclado con ceniza, las manos extrañamente más oscuras que el rostro, cuando la encontré en su casa una mañana de enero". Con la imagen de esa mujer azulada como un cuadro de Chagall, tan distinta a la temerosa belleza rubia plasmada en la foto de tapa que la muestra mirando hacia un costado, cigarrillo en mano, Delphine de Vigan inicia Nada se opone a la noche (Ed. Anagrama), una conmovedora pesquisa en la que la autora francesa intenta desentrañar uno de los misterios más comunes a cualquier ser humano: el de su propia madre.


Mediante entrevistas con sus hermanos, amigos y vecinos; una concienzuda búsqueda entre cuadernos de anotaciones, fotos, cintas de audio y Súper 8, sumado a sus propios recuerdos, De Vigan se propone reconstruir, en sus palabras, "el origen del sufrimiento" de Lucile, esa mujer introvertida, dueña de una belleza inusual que le resultaba algo incómoda, que pasó gran parte de su vida adulta intentando –a veces sin éxito– no ser devorada por el abismo de la locura. A pesar de la extensa investigación que emprendió para escribir su novela, De Vigan no se siente parte de la "non fiction" que tuvo entre sus primeros exponentes a Truman Capote y, más acá, a Rodolfo Walsh. "Estoy convencida de que cuando contás una historia, incluso si pasó ayer, la estás recreando. No hay una sola verdad, sino probablemente varias", explicó en diálogo con Tiempo Argentino desde París. "Muchas veces, después de entrevistar a mis tías y tíos, tuve que elegir entre distintas versiones del mismo hecho. Otras cosas las tuve que inventar para seguir siendo fiel a mi oficio de novelista, mientras que algunas las tuve que callar. Todo eso crea, en todo caso, una especie de ficción que intenta ser lo más cercana posible a la verdad."

 

La escritora asegura que supo muy pronto que el libro debía comenzar con su madre muerta, ya que fue ese trauma lo que le permitió escribir. No es la primera vez que apela a lo autobiográfico: en 2001 publicó "Días sin hambre", la historia de una chica de 19 años que, como ella, llegó a pesar 36 kilos midiendo 1,75 metros. "Nada se opone a la noche" es su primera novela traducida al español.

 

De Vigan se enmarca en un largo historial de escritores que llevaron al papel la muerte de sus madres –como Peter Handke en "Desgracia impeorable" o Richard Ford en "Mi madre"–, por no mencionar a quienes lo hicieron con la de sus padres –-desde Paul Auster en "La invención de la soledad" hasta Federico Jeanmarie en "Papá"–, un tema que, confiesa ella, estaba algo "trillado". Sin embargo, su mayor temor no era caer en lugares comunes ni sentirse anulada por el peso de la literatura previa, sino traicionar la historia y, sobre todo, la intimidad de su familia. "Hay muchas cosas que no puse porque eran demasiado duras o hubieran traicionado la privacidad de mis familiares", cuenta De Vigan. "Podía aceptar ser indecente, algo desvergonzada, pero no indiscreta. Tuve la necesidad de protegerme a mí misma y a la gente que quiero; por eso hay cosas que quedaron sin decir. Tampoco tuve deseos de venganza ni la necesidad de ajustar cuentas. Sólo quise entender y llegar a la verdad."

 

Estructurada en tres partes, "Nada se opone a la noche" comienza con los primeros años de Lucile en el seno de la populosa familia Poirier, liderada por Georges, un padre tan carismático como exigente, y Liane, una mujer enérgica que dio a luz a ocho hijos. Tercera de una casta de nueve –uno de ellos, Jean-Marc, era adoptado–, la belleza de Lucile es aprovechada desde temprana edad para parar la olla, haciéndola posar en catálogos de ropa infantil. Es en el pasado difuso de esa familia burguesa "feliz y devastada", como la describe De Vigan, tan lleno de agujeros negros como el de cualquier otra, en donde la hija debe buscar la génesis de la bipolaridad de su madre.

 

En la segunda parte, en cambio, aparece Lucile como madre, y es allí donde cobra mayor protagonismo la autora, quien estructura esta parte del relato en base a los recuerdos que ella y su hermana menor, Manon, tienen de su infancia y adolescencia junto a esa madre algo fantasmal que corría de los brazos de un amante al otro, se encerraba en un cuarto a fumar porros después del trabajo, y que un buen día sufrió un terrible ataque psicótico que cambiaría sus vidas para siempre. La última, en tanto, funciona como un epílogo en el que las fotos del álbum familiar cobran sentido (si es posible reducir cualquier vida a alguno).

 

Lejos de convertir su novela en un inventario de anécdotas, De Vigan va entretejiendo sus descubrimientos con gran suspenso, por lo que Nada se opone a la noche puede leerse casi como un thriller familiar. Si bien pone especial esmero en reconstruir hasta los aspectos más banales de la rutina de los Poirier –las alegres cenas multitudinarias, los despreocupados veraneos en la playa–, de pronto, como al pasar, la autora deja caer un dato que inquieta, como que a Lucile tuvieron que raparle el pelo de niña para que dejara de arrancárselo. Y el lector comienza a preguntarse: ¿Qué tipo de monstruosidad fermentaba en el seno de esa familia parisina de clase media?

 

"No tuve la intención de organizar el libro como una novela de suspenso. Sí me interesaba que el lector pudiera entender cómo fue mi infancia y descubriera las cosas a través de mis ojos, es decir, de a poco, como me sucedió a mí, a veces incluso sin entender qué estaba pasando", explicó De Vigan. "Creo que las cosas que sucedieron y la forma en que aparecen en el libro generan suspenso porque mi familia también creó su propia mitología a su alrededor y hasta parecía maldecida."

 

Si bien "Nada se opone a la noche" es, sobre todo, un tributo a su madre ("Tenía ganas de regalarle un ataúd de papel, pues me parece el más hermoso de todos", escribe) es también una reflexión acerca de la vocación literaria de la autora y los límites de la escritura. "A todos en mi familia les encanta contar historias y transformar las cosas más pequeñas en grandes épicas: esa es la forma en la que eligieron enfrentarse a la vida", confesó De Vigan. "Mi madre era la única que no hablaba, pero se escapaba de la realidad muchas veces y otras confundía realidad con la ficción. Si bien fue algo muy triste también era, de alguna forma, fascinante. Creo que eso me llevó a preguntarme a una edad muy temprana qué es la realidad y qué mundos es necesario crear para poder sobrevivir."

 

© Astrid Riehn