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Reflexión culposa y pesquisa sobre el hecho de comer y sus significados

Periodista:
Ana Prieto
Publicada en:
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Comí, así en pasado, es el nombre del último libro de Martín Caparrós, que él mismo ha descripto como uno “muy raro”, en tanto no ha podido determinar qué formato le sienta mejor. Dice que puede leerse como “un ensayo sobre nuestras formas de comer (…) o un repaso adolorido sobre la entrega de nuestros cuerpos al supuesto saber médico”, pero desde la primera página, el lector no tendrá la menor duda de que se trata de una novela. Para ensayo es demasiado personal. Y Caparrós lo sabe: el libro, dice, es también “una sátira de la tendencia yoísta de la literatura actual, porque hay un personaje que se llama Caparrós.” Y por eso quien lo lea tendrá dificultades en ponerle al personaje otra cara que la de Martín Caparrós. Al señalarlo, el autor ataja: “Bueno, soy orgulloso pero no tanto como para creer que soy el único Caparrós que existe. Pero me interesaba justamente jugar con esa confusión: un personaje que fuera y no fuera yo, y ver cómo funciona esa ilusión biográfica para mí, y eventualmente para el lector.” La tapa del libro hace otro tanto: se trata de una fotografía tomada por el autor en un templo de Hanoi, en la que aparece un felino con un abultado mostacho, cuyo gesto podría describirse como “de susto”, y que funciona como una perfecta alegoría de ese personaje devenido en paciente y entregado a la amenaza pulcra, azulina y de pocas palabras que es la máquina médica. Pero en realidad la elección de esa foto como motivo de tapa tuvo que ver con que Caparrós se había afeitado su característico bigote, e iba a figurar por primera vez en una solapa sin él. “Me pareció que, como el libro es confusamente autobiográfico, el hecho de que mi bigote estuviera puesto en otra cosa y no en mí, era de algún modo una buena síntesis del libro”.

 

El personaje de Comí tiene que atravesar una videocolonoscopía. No es una intervención complicada, está lejos de ser una verdadera operación, y sin embargo, es el disparador del libro entero. La ambigüedad que une a narrador con autor permite preguntarle a este último si no cree que su personaje exagera con la gravedad del cuadro. Y es ahí donde el proceso de la ficción –o de la novela– se deja ver: “El momento en que la máquina médica se pone en marcha me pareció interesante y fuerte para producir esa reflexión culposa sobre todo lo que ese personaje ha comido. Le están diciendo, de algún modo, que lo que comió es responsable de sus males, y para poder saber cuán graves son esos males, tiene que vaciarse del todo. Creo que es bastante lógico que eso lo lleve a hacer una reflexión y pesquisa sobre qué significó en su vida el hecho de comer”.

 

Y en ese proceso, el personaje hace números que no solemos hacer. ¿Alguna vez, por ejemplo, se preguntó usted cuántas veces ha mirado el reloj o ha dicho la palabra “reloj”? Nadie contabiliza tales cosas y, sin embargo, esas cifras existen y dicen algo acerca de nosotros. El personaje de Comí hace el esfuerzo, y llega a la conclusión de que ha comido unos 50 mil platos en toda su vida: “Uno debería tener un saber más importante sobre algo que ha hecho tantas veces”, dice el Caparrós autor. “Y sin embargo no solo no lo tenemos, sino que desde que entramos en esta idea de ‘lo gastronómico’, delegamos el saber sobre la comida en otros.” Pero el saber por excelencia que delegamos, que atraviesa todo el libro, y por el cual el felino de la tapa –insisto– tiene tal cara de susto, es el de la medicina. Y esa delegación, dice el autor, es finalmente necesaria. No sólo por los procesos de curación, sino porque si fuésemos conscientes de todos los mecanismo glandulares y celulares que tienen en lugar en nuestro cuerpo a cada instante, quedaríamos tan fascinados que no podríamos hacer nada más.

 

Lo que sí le parece raro a Caparrós es que entreguemos nuestros cuerpos a alguien que tiene la facultad de diagnosticar y de curar a la vez: “Esas funciones están diferenciadas en casi todos los órdenes de la vida: hay quien anuncia una catástrofe y hay otro que te dice cómo salvarte. Quizás habría que dividir la profesión médica entre agoreros y curanderos. Estar al mismo tiempo con tu verdugo y tu salvador es una relación excesivamente ambigua.” Y Comí es, finalmente, también un libro ambiguo. El monólogo interior de un personaje que podría, o no, tener el rostro del autor, que podría, o no, estar asustado, que podría o no estar arrepentido por haber sido el posible responsable de dañar su cuerpo, pero que, eso sí, intenta buscar respuestas, aunque nunca lo convenzan.

 

© Ana Prieto, Clarín