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La ambigüedad de narrar una ficción con el nombre propio

Periodista:
Nicolás Mavrakis
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  Salvo que caigamos en la literatura de la obviedad, no hay novelas más o menos políticas sino lecturas más o menos políticas, y esas se pueden hacer de casi cualquier texto que valga la pena. O sea que no se aplican a los míos", dice Martín Caparrós desde Barcelona, reticente a la idea que Comí (Anagrama, 2013), su última novela, interrumpa desde un uso ambiguo de la primera persona y desde la voz de un personaje ficticio llamado Martín Caparrós –"¿Es cierto, le pasó? ¿Es un invento?"–, el ánimo más político de las recientes A quien corresponda  (2008) y Los Living (2011), con la que ganó el premio Herralde.

Sin embargo, desde la inaugural Ansay o los infortunios de la gloria (1984), buena parte de la obra de Caparrós ha reflexionado –en distintas épocas, con distintos ánimos, desde distintos registros– sobre los modos en que una comunidad organiza aquello que construye su sentido: los símbolos, la cultura, la historia y la memoria que definen la identidad colectiva de un conjunto humano. Objetos que en términos políticos –y no siempre explícitamente partidarios– representan el trasfondo profundo del poder y las disputas permanentes alrededor de su sostenimiento. Publicada en 1999, su novela La Historia es probablemente la más elocuente –en más de un sentido– en lo que se refiere a esa inquietud política.

Comí se distancia de las grandes coyunturas para replegarse en lo más inmediato de un individuo: el cuerpo. No el que mira y retrata en calidad de viajero en las crónicas alrededor del mundo –de La guerra moderna (1999) a Contra el cambio (2010)–, género en el que Caparrós trabajó de manera intensa a la par de su obra de ficción durante las últimas décadas, sino el cuerpo como frontera íntima. Ante la preparación para una colonoscopía indicada durante una consulta médica –procedimiento que impone cierta dieta previa y cierto proceso para limpiar el intestino–, el narrador de Comí comienza a repasar su relación con los múltiples lados sensuales de la vida: todo lo que ha pasado a través de su cuerpo, todo lo que su cuerpo ha procesado, absorbido y desechado.

Desde ese punto, Comí asume la forma de las memorias de un Martín Caparrós imaginario, personaje que no puede escapar de la ambigüedad permanente entre la realidad y la ficción, para asumir ante la temerosa máquina médica un tono que va de la digresión ensimismada a la confesión.

Centrada en la materialidad del cuerpo y en la comida que lo mantiene vivo, y en el cúmulo de relaciones singulares y universales que todo hombre sostiene con aquello que lo alimenta, Comí funciona también como una puerta de entrada a reflexiones y soliloquios –en el registro de un preciso rumear– sobre el goce, la infancia, el amor, la enfermedad y la medicina ("la exploración suplantó a la reflexión en tiempos que no piensan sino que experimentan, que no creen en las ideas sino en los ejercicios"), hasta llegar al tema casi central de la vejez ("los viejos somos feos sin training, sin experiencia previa, sin saberes").

"En nuestras sociedades, la vejez es el tema tabú por excelencia: más tabú todavía que la muerte. La muerte puede ser bella, heroica, excitante, significativa; la vejez, abandonada ya la idea de que era el espacio de la sabiduría, solo parece decadencia", dice el verdadero Caparrós sobre su novela. Y aunque, en ese sentido, Comí podría leerse como autobiografía –más cercana a los recursos de J. M. Coetzee en Escenas de una vida de provincias que a los dramas costumbristas de Diario de un canalla de Mario Levrero–, la perspectiva de una autobiografía sin las trampas de la novela no lo entusiasma. "No sé si escribiría mi autobiografía como tal. Supongo que llevo muchos años escribiéndola y preferiría no redundar. Pero quién sabe. En cuanto al género, me interesa particularmente esta corriente latinoamericana que suelo llamar "los naufraguitos". Son escritores más o menos jóvenes, varios muy buenos, que escriben "autoficciones" más basadas en las zozobras de sus padres que en las suyas propias. Por eso naufraguitos: no cuentan su naufragio sino el de sus mayores. Digo, gente como Guadalupe Nettel, Alejandro Zambra, Félix Bruzzone. Y su santo patrón, Alan Pauls", comenta Caparrós.

Su paso como crítico gastronómico por revistas culinarias como Cuisine & Vins, tal vez una de sus vetas menos conocidas como periodista, es otro factor autobiográfico importante al momento de analizar la melancolía alimentaria. "Es fácil opinar de cine mudo, sonidos del protón, literatura finlandesa, la migración de los dendritos; es fácil ser un especialista en lo que pocos saben", escribe en la novela para reflexionar sobre las formas en que se imagina y asigna valor sobre cualquier materia. "El mérito está en opinar sobre aquello que todos creen conocer, donde cada cual tendrá sus propias opiniones. El mérito está en hacerles creer que no saben lo que siempre supieron", continúa el narrador de Comí, antes de ampliar la pregunta sobre el significado de la opinión gastronómica hacia una vieja historia de amor.

En el momento en que Comí se aproxima al tono del ensayo –en lo que podría ser una sociología de las costumbres entre la "interpretación nacional" y el mero transcurrir del tiempo muerto antes de una colonoscopía–, las ceremonias alrededor de la comida también se prestan a la interpretación: "El asado es la pereza hecha comida –y la pereza, a veces, produce grandes obras–. Sobre todo cuando, como en el caso del asado, está asociada a la riqueza, el despilfarro: si no hubiera habido tanta vaca suelta –tanta riqueza sin patrón– en la pampa argentina a nadie se le habría ocurrido desperdiciar su carne como la desperdicia cada asado".

¿Cuál es el valor de la crítica gastronómica en la carrera como escritor y periodista del verdadero Caparrós? "Si pensara que tengo una carrera dejaría de correr, me sentaría, respiraría hondo y buscaría la salida. He hecho de tanto en tanto crítica gastronómica –más que lo que se sabe, porque más de una vez lo he hecho con seudónimo– porque comer y escribir son dos de las pocas cosas que me dan mucho placer y, a diferencia de lo que pasa con las demás, el placer no se arruina al mezclarlas", responde el verdadero Caparrós desde España.

En un estilo que intenta convertir la ansiedad de la espera médica en fuerza introspectiva, Comí es por último el relato de un despojamiento fisiológico, autobiográfico y reflexivo en el que Martín Caparrós juega incluso con su propia figura. Si el tema y el registro podrían resultar interesantes para la demanda de sus lectores es un asunto sobre el que el autor de la novela tiene una clara posición fijada. "La idea de 'demanda de mis lectores' me resulta perfectamente extranjera. Para empezar, tendría que creer que existen 'mis lectores'; para seguir, que me plantean demandas; para terminar, que a mí me importan. Siempre evité como la peste la posibilidad de escribir pensando en 'los lectores': me parece una forma de la condescendencia o de la cobardía, un truco que suele usarse para rebajar la exigencia con el propio trabajo escudándose en esos seres imaginarios y sus imaginarias expectativas", dice Caparrós. «